Acoger en el hogar a los hermanos que estaban lejos le hace a uno pensar en la alegría del padre en la parábola del hijo pródigo, y no porque nuestros hermanos anglicanos sean hijos pródigos, sino porque -simple y llanamente- estabámos privados de la alegría de su compañía y porque quizá ellos también nos extrañaban.

Es muy posible, Su Excelencia Reverendísima, que así haya sido, porque, si yo me he llegado a sentir como mutilada por nuestras divisiones, cómo no habránse sentido aquellos quienes desde sus puestos en el Vaticano oran y laboran cada día por la unidad de los cristianos?
Ellos saben muchísimo mejor que yo de estas heridas y las dificultades para sanarlas, por supuesto que si, de tal manera que si esta sencilla y solitaria católica se siente jubilosa por gozar nuevamente de su compañía, cómo no habrán de sentirse ellos y con ellos todo el Cuerpo de la Iglesia pero sobre todo nuestra Cabeza, el mismo Cristo?
¡Te Deum laudamus! por la hora en que han emprendido el retorno a casa y bendita la hora en que las autoridades vinculadas con su retorno se han dispuesto a acogerlos.
Las heridas van sanando y digo yo, que si no fuera porque en nuestro amado Pontífice, nosotros y ustedes ahora, reconocen la autoridad de Pedro y en él la acción de la guía del Espíritu, que si no fuera porque nos une una misma fe y un mismo Espíritu, no tendríamos oportunidad de verlas sanar ante nuestros propios ojos, tal cual las debe de haber sanado Cristo con sus propias manos ante la mirada de todos.
Y pues bien, para finalizar, decir que me alegro particularmente porque con su llegada no solo llega sangre nueva a la Iglesia, sino que con esta sangre que se ha mantenido fiel a ancestrales tradiciones, se nos inyecta -en este momento en que tanto lo necesitamos- amor en la práctica de ellas, especialmente, en lo referente a la Sagrada Liturgia.
Por eso, no me cansaré de regocijarme y unirme al coro de los ángeles y los santos que junto a la Iglesia terrenal alaban y cantan: ¡Te Deum laudamus!

Te Deum laudámus: te Dóminum confitémur.
Te ætérnum Patrem, omnis terra venerátur.
Tibi omnes ángeli, tibi cæli, et univérsæ potestátes.
Tibi chérubim et séraphim incessábili voce proclámant:
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus Deus Sábaoth.
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Fuente: La Buhardilla de Jerónimo e InfoCatólica..com