8 de diciembre de 2011

Ella, en su Hijo, "ha vencido al mundo"

Mirando de cerca de Nuestra Santísima Madre y creyendo en que fue preservada desde el nacimiento de la culpa original y por tanto es de todas las criaturas la llena de Gracia, uno, como mujer, se pregunta cómo habrá sido de María, en su condición de mujer, su vida cotidiana en relación con José y su Hijo, con sus amigos y familiares, sus vecinos, los comerciantes, los extranjeros de aquellos tiempos. 

Si, tal como San Zenón de Verona (+372), quien he leído citado por el padre Iraburu, llegó a decir que «el Señor habitó en un verdadero estercolero, esto es, en el cieno de este mundo y en medio de hombres agitados como gusanos por multitud de crímenes y pasiones» (Trat. 15,2); quiere decir, que la Madre compartió con el Hijo esa situación horrorosa. 

Por lo mismo, se habrá ella aireado, como el Señor con los de su tiempo (Mt 17,17), con sus vecinas, el tendero o sus familiares? Habrá llorado como su Hijo (Lc 19,41-44) ante la resistencia y el rechazo? 

Por supuesto, es por ello que llega uno también a preguntarse que, si “el pecado del mundo causa en Cristo un horror permanente” cómo será para la Madre reconocer que el mundo se vuelca, a la vez, en odio criminal contra su Hijo? 

Ha de ser para ella un dolor infinito. Y, no solo eso, ella misma, en su barrio, entre sus vecinos ha de haber sido alguien a quien también odiaran.

Desde su Inmaculada Concepción, trae la Madre este dolor consigo, el que continuará sufriendo en su Hijo y por nuestra causa hasta la Parusía. 

Mirando de cerca a Nuestra Santísima Madre, la Inmaculada, la Llena de Gracia, en uno -bajo su condición de mujer- se afirma la Esperanza ya que ella, en su Hijo, ha “vencido al mundo” (Jn 16,33).

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