Cuando mamá murió (que dejó de existir en cuestión de seis horas)
pasé durante un año escribiéndole como quien nada más la tiene lejos
temporalmente. Al lado de eso, tomé la costumbre de rezar el rosario
mientras iba de camino al trabajo en el autobús. Ambas cosas me ayudaron
muchísimo en el duelo que duró aproximadamente un año.
Ahora que papá se ha ido, comprendo a mamá que guardó luto por su
madre por mucho tiempo hasta que nos cansamos de pedirle que dejara de
vestir de negro.
La comprendo porque ella vivió y cuidó de su mamá desde que se vio
obligada a hacerlo, es decir, desde muy joven ya que su padre murió y la
fortuna que tuvieron, desapareció.
Digo que la comprendo porque si bien es muy pronto para no estar
triste, esta tristeza que me cargo parece que me durará mucho tiempo.
Por momentos, llega a animarme mi nueva libertad la que a la vez me
intimida; pero bien, como se que todo es un proceso, estoy tomándomelo
con calma. Así, como con su enfermedad, me tomé cada día según su afán
no más que para sobrevivir, me tomaré este duelo.
Me lo tomaré así y creo que aprovecharé ocasionalmente el blog para
ir describiendo el proceso ya que me han dicho varios de ustedes que les
ha servido lo que he venido narrando. Así sea, pues y para mayor gloria
de Dios.
Para empezar, solamente contarles una anécdota muy bonita:
Resulta que a papá le encantaba ir a almorzar a un restaurante de
estilo norteamericano llamado Denny´s que en mi país, a diferencia de
los Estados Unidos, es un magnífico lugar con muy buena comida y
servicio.
Muchas veces fuimos unos y otros con él o fue toda la familia a celebrar algún cumpleaños.
El abuelo lo disfrutaba montones y algo de lo que más disfrutaba era
leer el menú el cual revisaba durante largos minutos pero siempre para
ordenar lo mismo: crema de pollo, ensalada verde, té frío, quizá
espinaca salteada o algún purecito pero nada más, ni siquiera un postre
completo pudo nunca comerse.
La cosa es que el día del funeral mí sobrino Víctor, al que algunos
de ustedes en España llegaron a conocer, viajó conmigo hasta la
funeraria y desde antes de subir al auto pensé que me gustaría
sorprenderlo llevándolo luego de la misa a celebrar al abuelo a Denny´s.
Se lo anuncié dentro del auto cuando se suponía estábamos por regresar a casa y le encantó la idea.
Ya nos habíamos despedido del resto de la familia pero en eso mi
hermano se acercó para decirnos que mi hermana quería ir a celebrar al
abuelo a Denny´s. Allá nos dirigimos.
Cuando estábamos almorzando vimos aparecer a nuestro sobrino y nieto
mayor de papá quien al acercase nos dijo: -“Lástima que hasta ahora los
veo. Acabo de terminar de almorzar. Iba para el trabajo y de camino
pensé pasar aquí para celebrar a Tuta (así lo bautizaron los nietos)”.
Aún así, José Daniel, a quien varios de ustedes también conocen, se
quedó con nosotros hasta que terminamos.
La cosa es que ahí estábamos todos, en una enorme mesa redonda que
reservan para familias numerosas y en la que muchas veces habíamos
comido con el abuelo.
Comimos muy contentos, reímos, comentamos sobre la comida, recordamos
cosas que habían sucedido o cómo nos sentíamos. Fue muy agradable, en
realidad, porque –además- estaba haciendo un clima fenomenal de esos
días de verano que a papá le encantaban.
De mi parte, mientras comía, sentía un profundo dolor por su ausencia
pero a la vez me reconocía reconfortada debido a que, nos diéramos
cuenta o no, papá había conseguido que aquél día en que nos despedimos
temporalmente fuera un día familiar al que nuestro amor por él y el suyo
por nosotros, nos convocó.