Bronnie Ware, una enfermera australiana dedicada a cuidados paliativos durante años ha recopilado los principales lamentos de sus pacientes.
Destaca como los cinco principales el haber deseado:
1. Ser más fiel a mí mismo.
2. No haberme dedicado tan duro al trabajo.
3. Haber expresado mis sentimientos.
4. Haber estado en contacto con mis amigos.
5. Haberme permitido ser más feliz.
2. No haberme dedicado tan duro al trabajo.
3. Haber expresado mis sentimientos.
4. Haber estado en contacto con mis amigos.
5. Haberme permitido ser más feliz.
Qué indican estos lamentos? Indican que no hacemos suficiente introspección pero también el que vivimos atemorizados.
Indican que, sin conocer quiénes somos, para qué nacemos y morimos,
para qué estamos aquí es fácil desarrollar temor a vivir y por tanto
crear un muro que nos separe de nosotros mismos y de nuestros
semejantes.
Sin esas respuestas, la hora de la muerte es un verdadero drama al darnos cuenta de que la vida se ha ido sin haberla vivido.
Sin esas respuestas, la hora de la muerte es un verdadero drama al darnos cuenta de que la vida se ha ido sin haberla vivido.
Algo de lo que hemos de estar profunda e infinitamente agradecidos es
que, del don de la fe y de nuestra relación con Cristo, deriva el que
podamos ir hasta el fondo de nosotros mismos para aprender en El a ser
libres y por tanto más auténticos, el dar sentido y el justo valor tanto
el trabajo como al tiempo libre, a expresar nuestros sentimientos, a la
amistad y, por supuesto, al verdadero sentido de la felicidad.
Es decir, desde el punto de vista de los más frecuentes lamentos de
los moribundos, un cristiano tendría muy poco qué lamentar llegada su
hora y si tuviese algo, siempre estará a su disposición el sacramento de
la Reconciliación y la Eucaristía.
Ahora, que todavía hay tiempo, que nos quede clara la inmensa riqueza
que se nos ha entregado: el que, del Hijo de Dios hecho uno de nosotros
y de su Iglesia, hemos recibido la mejor plataforma que pudiera existir
para conducirnos por la existencia con la mayor dignidad y, por
supuesto, con alegría.
Vivamos agradecidos por el don recibido pero también roguemos al
Señor para que cada día nos rescate del peligro de huir de nosotros
mismos así como de la desconfianza en su Misericordia y Divina
Providencia.