31 de marzo de 2010

Esos hombres, los hombres del Jueves Santo

De las celebraciones de Semana Santa, de las que más me conmueven es la celebración del Jueves Santo en la Catedral Metropolitana.

Me conmueve de muchas maneras; una, es porque esta celebración es cantada por el coro del Seminario Central de Paso Ancho y tienen unas voces fenomenales. Luego, que es una celebración a la que asiste muchísima gente con tal devoción que es de admirar. Me conmueve también porque es la misa a la que asistimos todos aquellos que tenemos sacerdotes que son parientes, amigos, párrocos o simplemente conocidos nuestros y porque a ella también asisten aquellos fieles que colaboran con los sacerdotes en labores litúrgicas y se les puede ver muy galantes y hermosas asumiendo su función con toda dignidad.

Por el lado humano es una celebración con mil detalles que hablan de nuestro amor a Dios, a Cristo y a la Iglesia, pero también de nuestro amor por sus consagrados.

Por el lado teológico-doctrinal, es una celebración espectacular, para mencionar un detalle: desde que inicia el canto de entrada se ve uno transportado a estratos sobrecogedores del Misterio de Redención. En este momento, usualmente el coro canta el himno "Pueblo de Reyes" cuyo contenido doctrinal es riquísimo,de tal belleza y tan vasto que entre letras y acordes, se le colma a uno el alma.

No se si lo conocen, el estribillo dice así:

Pueblo de Reyes, asamblea santa,
pueblo sacerdotal, Pueblo de Dios,
bendice a tu Señor.

De seguido la primer estrofa dice:

Te cantamos, Oh, Hijo amado del Padre;
te alabamos eterna Palabra salida de Dios.
Te cantamos, Oh, Hijo, de la Virgen María;
te alabamos Oh, Cristo nuestro hermano,
nuestro Salvador.

Con solo este canto se pone en alerta el cuerpo y el alma enteros. La procesión que ingresa en este momento por el pasillo central es magnífica, cientos de sacerdotes unidos a su Obispo renovarán las promesas de su Ministerio Sacerdotal.

No encuentro palabras para describir lo que en esos momentos sucede conmigo, porque me sobrepasa.

Año tras año, esos hombres que, son solo hombres pero que poseen la singularidad de su consagración, se hacen presentes ante el Altísimo para volver a darle el sí que le dieron hace 50, 35 o 6 años. Año tras año, sin faltar a su cita.

Viendo esto, uno piensa en qué tipo de amor podría mover a un ser humano a realizar este gesto con toda fidelidad una y otra vez, cada año y hasta el final de sus días?. La única respuesta que viene a mi mente es que el único amor que es de esta calidad y magnitud es el que sale del propio corazón de Cristo. Amor que es paciente, servicial; amor que no es envidioso, que no hace alarde, que no se envanece, que no procede con bajeza, que no busca su propio interés, que no se irrita, que no tiene en cuenta el mal recibido, que no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Es un amor que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Es el amor que no pasará jamás.

No solo es ingenuo -considerando nuestra debilidad y fragilidad- alcanzar esta capacidad de amar por nuestros medios sino que, una vez alcanzada según la propia medida, es de una certeza tan avasallante que no queda más que considerar que su origen no es humano, aunque en nuestra humanidad se expresa con toda claridad.

Ahí es cuando uno cae en la cuenta de qué manera espléndida y conmovedora se acerca Dios a sus criaturas, bajándoles del cielo con sus propias manos el Amor que les hará posible alcanzarle. Y que lo hace, el Señor de cielo y tierra, de manera tan sencilla: mediante una respuesta afirmativa de esos hombres, los hombres del Jueves Santo.

Hombres que suben solos a los altares y bajan con todos a la calle y a las plazas.

Esos hombres que, para algunos, son los que siempre tienen la razón y que para otros, los que tienen la culpa de todo.

Hombres que se han metido en el lío descomunal de querer continuar nada menos que la obra de Cristo y claro, tantas veces lo hacen mal. Porque no son más que esos hombres.

Son esos hombres que piden perdón a los cristianos, a todos los hombres, por lo mal que manejan las enormes y estupendas cosas de Dios, que les piden que tengan un poco de paciencia con ellos, y que recen mucho hoy y siempre, pero especialmente hoy, por todos ellos, porque no son más que esos hombres.

¡Por esos hombres, hombres del Jueves Santo, sea por siempre a Dios toda la gloria!

(Ven? Ahora saben por qué, entre multitud de razones, me gusta tanto la celebración del Jueves Santo?.)

***

Dedicado en el amor de Cristo al padre Jorge, Sixto, Jafet, Manuel y el otro Manuel, Guido, Tomás, Clementino, Alfonso, Pancho, Lorenzo, Vicente, Oscar, José Antonio, Juan Pablo, Roberto y tantos y tantos otros hombres del Jueves Santo.


LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...