4 de enero de 2012

Flotando en agua en una cucharita

Conozco una mujer católica funcionaria del Ministerio de Hacienda, esposa y madre de cuatro hijos quien después de su trabajo o muy temprano en sus días libres sale para el templo con su sagrario diminuto para hospedar en el al Señor a quien caminando llevará sobre su pecho por las calles de mi pueblo, haga frío o calor, a los enfermitos y ancianos que se le han encomendado.

Como ella, existe un pequeño ejército de hombres y mujeres, la mayoría adultos pero algunos jóvenes también, quienes conforman el equipo de Ministros Extraordinarios para la distribución de la Comunión mejor conocidos como MEC.

Este es un servicio originado durante el último medio siglo, fruto más que vilipendiado del Concilio Vaticano II, puesto a disposición, antes que del presbítero, de los enfermos y de los ancianos-enfermos; aunque me parece que, más que servicio, es un apostolado ya que implica no solo un llamado sino una repuesta, por tanto, es una vocación.

Servicio del que, por cierto, se ha abusado. Han abusado de el, tanto laicos como sacerdotes. Los primeros cuando lo realizan con afán de protagonismo y los segundos, cuando se apoyan en los MEC para obtener un poco de tiempo libre o para asuntos “más importantes” o de “interés personal”.

De que han sido también objeto de crítica despiadada de parte de católicos excesivamente escrupulosos, prejuiciados y por de más, desconocedores de la doctrina, pues también; pero, ni los abusos ni las críticas le restan valor a lo que hacen, porque cuando lo hacen bien y a conciencia, su servicio es de los más importantes dentro de una comunidad parroquial.

Lo menciono porque, por ejemplo, en este pequeño pueblo hasta hace muy poco, un gran porcentaje de la población que –como es obvio- con los años ha ido disminuyendo, ha estado conformado de personas adultas mayores de 70 años a quienes he visto ser asistidos por los MEC tanto en sus mejores como peores momentos.

Muchos de ellos eran de misa frecuente, otros no, pero por lo mismo, el que hayan estado recibiendo en sus casas al Señor por varios años, ha de haberles servido para valorar la salud del cuerpo pero sobre todo la del alma.

Esto, aunado a las visitas del sacerdote para ofrecerles el sacramento de la reconciliación, ha constituido para ellos, tal como lo ha mencionado el Santo Padre “una ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe” que llegan a apreciar no solo los ancianos y enfermos sino toda su familia y hasta el propio MEC.

Porque, como sabrán, no es solo llevarles la comunión, existe un breve rito que junto al enfermito y su familia el MEC celebra en lugar digno y preparado con anticipación.

A mi, que me perdonen, pero cuando llegue a vieja y no pueda levantarme de la cama, que me envíen al Señor en manos de uno de estos hermanos; ojalá y fuera posible a diario porque, lo que soy, sin el Señor no me quedo, así esté con la cabecita “ida” y petrificado cada músculo de mi cuerpo. 

Que me lo ofrezcan flotando en agua en una cucharita, como lo hacía yo, cuando lo ofrecía a la centenaria Emérita, quien ya murió.

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