23 de noviembre de 2009

Hijos de la Resurrección

Si algo tengo que agradecer a mi amada Iglesia católica es haber puesto a nuestra disposición por medio de la Universidad Católica Monseñor Anselmo Llorente y Lafuente un curso de extensión de dos años para la formación teológica, bíblica y pastoral de los laicos.

Llegué a descubrir este curso debido a que, luego de un par de años de haber iniciado mi recorrido de nuevo a la práctica de mi fe católica, el párroco en aquel momento, el Presbítero Guido Villalobos, ahora de párroco en Hatillo, reconoció mi interés sobre ciertos temas y me motivó a investigar sobre cómo y dónde obtener formación en la fe más profunda.

Desde la primera lección de teología con el Presbítero Jafet Peytrequin, que se encuentra al día de hoy como estudiante en Roma, supe que había llegado al lugar en el que todas mis expectativas serían satisfechas.

Para mencionar tan solo un par de ejemplos, el Padre Peytrequin me mostró el Misterio de la Iglesia y el Padre Manuel Rojas me mostró el Misterio de la Celebración del Misterio de Cristo. De esta manera, cada profesor –haya sido laico o consagrado- fue para mi una puerta y a la vez peldaño en el camino de formación en la fe que, en mi caso, fue caminando de la mano con mi madurez espiritual.

El programa del curso está diseñado para que vayamos avanzando en los conceptos como quien avanza en el año Litúrgico hacia el Misterio Pascual. Efectivamente, los temas que nos ofrecen hacia el final del último año son Misterio de la Muerte y Escatología. El curso de dos años, está diseñado como un camino de madurez hacia el encuentro con el Misterio.

Llegando a la etapa final del curso, con la mente y el corazón rebosantes de la infinidad de buenas razones que cimientan nuestra fe, el estudiante –o al menos yo- me enfrenté a estas últimas lecciones como a las "realidades últimas", en clave de juicio; es decir, asimilando los conceptos: comunión de los santos, purgatorio, infierno, muerte y resurrección, juicio y parusía como si de su comprensión pendiera el desenlace de mi existencia terrena. Sucedió conmigo que de la asimilación de estos conceptos derivó el más intenso examen de conciencia que jamás haya realizado hasta ese momento.

En retrospectiva me hace gracia habérmelo tomado así, porque no solo era aquél el último curso y sobradamente reconocía que extrañaría próximamente la vida de estudiante, sino porque de todo lo que allí aprendí, en lo humano y de mi relación con el Misterio, derivó una disposición hacia la vida que hasta el día de hoy, no habría podido haberla expresado mejor:

¡soy hija de la Resurrección!.

(continuará)

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