23 de noviembre de 2009

A la hora de mi muerte, ¡llámame!

Serie:
Diario de oración
de una mujer católica
(anónimo)

Señor, luego de este período de resequedad he vuelto a conversar contigo y disfruto de nuevo mucho las misas. Hablando de eso: ¡cuánto disfruto las misas, Señor!. Aunque no te vea, ese es el lugar de nuestro encuentro, es decir, nuestro dimensión de espacio/tiempo se funde con tu eternidad y nos encontramos y somos uno en Ti. Yo me hago uno en Ti junto a todos esos hijos tuyos que a mi lado, al igual que yo, te anhelan, te buscan y te siguen a tientas.

Cuando veo en alto el Pan Consagrado y me doy cuenta de que eres Tú, el que es, el que era y será; el que es desde el principio de los tiempos me doy cuenta que nos has hecho desde Ti y para Ti, de que somos un pensamiento tuyo que ha existido desde siempre y que ha tenido la dicha de materializarse: somos un pensamiento tuyo hecho realidad. ¡Es increíble!.

Creo que de verdad, somos más importantes para ti, de lo que jamás podríamos llegar a conocer en esta vida. Somos tan importantes para ti porque nada de lo que haces está fuera del amor, todas tus acciones son amor y amas entrañablemente todo lo que haces por tanto somos frutos del amor.

Sabes qué? Antes yo pensaba lo dichosos que fueron quienes vivieron contigo y te conocieron, pero ya no es así, yo vivo contigo y te conozco y seré tan dichosa de irte conociendo todavía más y mejor porque eso es lo que tu quieres y lo que yo deseo y porque tu Palabra es eficaz.

Sí, muchas veces en la misa quiero llorar, no lo hago con desahogo porque ya me ha pasado que entonces viene alguien a quererme consolar, y no puedo explicarles que no estoy triste, si no gozosa y entonces quedar como loca de atar.

Ayer, cuando quise llorar fue con la canción de san Ignacio de Loyola que trajo el Padre Clementino y que cantamos al final de la misa, esa que hacia el final dice: “a la hora de mi muerte, llámame, y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos. Amén”; me dije a mi misma:

A quién llamas Señor, si no a un amigo?.
A quién mandas, si no a un siervo?
Por quíén cuidas así, si no es por tu hija?
Amiga, siervo e hija tuya soy, Señor.
"No permitas que me aparte de Ti..."



Alma de Cristo
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén

Gracias por tus santos, Señor.

Mi Jesús, te quiero con todo mi ser y deseo que muchos te conozcan y te amen, para que sean tan felices como yo, aún a pesar de la adversidad y las propias debilidades.

Amén y hasta pronto, amado Señor.

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