A quién se le ocurriría celebrar la pasión y muerte de su líder pero a
quién también se le ocurriría llamar “hogar” al dolor y al sufrimiento
y a la muerte “salvación"?
Por supuesto que es de locos y lo seguirá siendo mientras en el Calvario tantos hallemos nuestra “tienda” [1]
No lo había comprendido de esta forma hasta el último mes acompañando
a mi padre en el hospital: es en el dolor y en el sufrimiento donde
–por gracia- Cristo nos une a sí mismo. Ahí es donde le vemos cara a
cara y desde donde no solo el rostro de quienes sufren se transforma en
el rostro del Crucificado sino nuestro corazón sufriente en el Suyo.
De ahí es que quedamos habilitados para ser misericordiosos.
Desde toda perspectiva el Viernes Santo es la mayor escuela de la vida.
De ahí que les digo a aquellos tradicionalistas que sufren porque el
Papa no es ni hace lo que esperan que aprovechen este su pontificado el
que -de seguro- para ustedes será un prolongado Gólgota.
Esto se los digo no solo porque me preocupa que estén renegando del
Espíritu Santo sino porque si, como rechazan este tiempo de redención,
hubiese rechazado el sufrimiento de mi padre y el mío propio, no estaría
en posibilidad de advertirles el tremendo desperdicio para su
crecimiento en la virtud de la fe, la esperanza y la caridad que sería
el que continuaran rechazando al Papa.
Mueran. Mueran a su idea acerca de lo que debería querer el Espíritu Santo.
Mueran en Cristo a sí mismos en este tiempo.
Prueben. Prueben que son tan cristianos como aseguran y con sus acciones demuestren que están tan locos como se que están.
Pruébenlo para que eviten auto-excluirse de la comunión de la Iglesia
por estar aferrados más que la Cruz al canon y a las rúbricas ya que éstos
no fueron ni serán siempre los mismos en cambio lo que les ofrece
Cristo en el Viernes Santo es verdadera vida que permanece para siempre.
“¡Oh, Jesús! ¿Dónde van a descansar nuestras miradas si no es en tu rostro ensangrentado? ¿Dónde va a saciarse nuestra sed si no es en la fuente que mana agua y sangre de tu pecho? ¿Dónde encontraremos refugio que nos ponga a salvo de nuestros enemigos, si no es en las cinco grutas de tus sagradas llagas? No permitas, Señor, que busquemos otro hogar aquí en la Tierra lejos de tu Cruz, porque sólo allí donde Tú estás puede el hombre decir “hogar”. Y así será este hogar, el Calvario, nuestra tienda, hasta que la peregrinación termine y de allí pasemos al Hogar del Cielo, donde no habrá dolor, ni luto, ni llanto, ni muerte. Pero, entre tanto, Dios nos libre de apartar nuestros ojos de este sagrado Gólgota. ¡Oh, Jesús!”
[1] ¡Oh, Jesús!, padre José-Fernando Rey Ballesteros