27 de agosto de 2009

Itinerario de fe

"...sólo tomar conciencia atenta y también tierna y apasionada de mí mismo puede abrirme de par en par y disponerme para reconocer, admirar, agradecer y vivir a Cristo. Sin esta conciencia incluso Jesucristo se convierte en un mero nombre".

L. Giussiani

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Esto quiere decir que, en la medida que me reconozco, admiro, agradezco y me vivo, en la medida en que estoy conciente, tierna y apasionadamente atenta de mi misma, puedo abrirme de par en par para reconocer a Cristo? Sin esto, soy solo un mero nombre?.

Parece que si, así es como funciona esto.

Itinerario de fe

En silencio, me dejo venir a este lugar para colocar la cita de Julian Carron por el mero hecho de que encuentro en ella eco de mi experiencia.

“Soy yo el que te pregunto: pero, ¿cómo consigues vivir sin hacer memoria? ¿Cómo consigues mirarte a ti mismo, tener un afecto verdadero hacia ti mismo sin hacer memoria de Cristo después de haberLe conocido y de haber visto que es el único que satisface la vida, el único que corresponde verdaderamente a la exigencia de felicidad, de compañía que tienes? ¿Cómo lo consigues? ¿Cómo puedes vivir sin hacer silencio? Porque para nosotros el silencio nace del Acontecimiento, porque uno se queda sin palabras ante esta correspondencia: pero, ¿quién eres Tú, Cristo, que eres capaz de llenar mi vida de esta forma? Todo se llena de silencio, Tu Presencia me llena de silencio. Te quedas sin palabras, como cuando te encuentras ante una experiencia de belleza, de plenitud, de gratuidad, que te impresiona hasta tal punto que te deja sin palabras. En eso consiste el silencio. El silencio cristiano nace de la Presencia, de la plenitud de la Presencia: no tengo nada que decir, sólo pudo guardar silencio para no perderLe. Si no sentimos la necesidad de este silencio, no quiere decir que no seamos buenos “cellinos”, sino que no ha sucedido y no sucede nada que nos llene de silencio. No se trata de una serie de preceptos: todo nace como expresión del Acontecimiento que llena la vida de silencio”.

26 de agosto de 2009

Por qué para algunos hoy, pensar, significa insensatez?

Pensar que por ejemplo, un feto de doce semanas, dado que tiene la forma y funciones de un ser humano, es –efectivamente- un ser humano?

Pensar que si un cuerpo humano en estado de coma sobrevive sin ayuda artificial es que todavía no está muerto o que simplemente, no desea o espera la muerte?
Pensar que si la sexualidad se ejercita, no ya solo sin criterios básicos de higiene sino sin una conciencia clara de su origen y finalidad, de hecho deriva en graves problemas, ya no solo de salud sino también problemas afectivos, por no mencionar placenteros, genitales, racionales o teológicos?
Pensar que si una catedral gótica como la Catedral de Palma de Mallorca fue edificada siglos atrás con un lenguaje arquitectónico pletórico de simbolismos y por ende de significado del Misterio Cristiano, “renovarla” con el “arte” de un agnóstico que hizo de ella el infierno en la tierra es por demás un agresión no solo contra la noción de arte gótico o contra la fe de los fieles sino en contra del mismísimo Misterio?
Pensar que si estadísticamente en Lourdes, un milagro comprobado, significa no más de 1 en un millón, que esta misma cifra podría estarnos hablando acerca de que es muy probable que al responsable del milagro poco le importen las estadísticas? Y que lejos de la ciencia haya que buscar la respuesta por otros derroteros?
Pensar, y qué va ya solo pensar, sino pensar y atreverse a expresar lo que se piensa, es hoy para muchos no solo una agresión a la inteligencia sino prueba de la mayor calificada insensatez?
Pensar que si el solo saber no le ha ofrecido satisfacción, considerar que creer podría echarle al saber una mano?
Es que acaso la razón –efectivamente- ha abandonado a una cada vez más significativa cantidad de seres humanos o es nada más que cada vez mayor cantidad de seres humanos han perdido contacto y por lo tanto afecto hacia su propia humanidad?

25 de agosto de 2009

Vida y Santidad

Universidad Católica Anselmo Llorente y Lafuente
San José, Costa Rica Curso de Formación de Agentes de Pastoral Espiritualidad Cristiana Recensión Vida y Santidad Thomas Merton Editorial Herder, 1964
Thomas Merton nació en Prades, en 1915 Cataluña Norte, España.
Fue un monje trapense (cisterciense de la estricta observancia) en Louisville, Kentucky, EUA, que llegó a ser mundialmente conocido gracias a la autobiografía en la que narraba su conversión al catolicismo; su vastísima obra, ha dejado una honda huella en la espiritualidad contemporánea.
Descripción La obra consta de una Introducción, cinco capítulos y una conclusión en la que Merton describe las ideas básicas sobre la Espiritualidad Cristiana tal y como la entiende la Iglesia Católica. Análisis A todo autor debe ubicársele en su contexto y Merton, en este caso, no será excluido de esta norma; es por lo tanto, importante considerar los drásticos cambios que sufrió la sociedad de su época por razón de las guerras y los avances tecnológicos. Al lado de su contexto histórico está su historia personal, por lo que esta obra es la visión de un converso que salido de un mundo convulso se sumerge en el ámbito de la contemplación y desde allí analiza, cuestiona y enriquece, no sólo la vida monástica sino la vida de todo creyente que escucha esa dulce voz del alma que le llama a cumplir con su vocación a la santidad. Es valioso notar que Merton no titubea en cuanto a la doctrina y su interpretación, mucho menos en hacer ningún tipo de concesión a las exigencias de los acontecimientos de su tiempo. Vida y Santidad son parte de un mismo asunto, que se origina, desarrolla y plenifica en la unión íntima con el Padre en Jesucristo y que se torna en demanda de amor a los hermanos bajo la inspiración y tutela cuidadosa del Espíritu Santo. Merton, no sólo radicaliza la fe, sino que la hace surgir lúcida y novedosa desde las mismas entrañas de su experiencia de fe, desde la contemplación del cister. Crítica Merton deleita en todo lo que remite a innumerables y variadísimos documentos eclesiales. Puntualiza con claridad sobre la participación de los laicos en la vida de la Iglesia y llama la atención, ya que, sino es el mismo tono, al menos sí la misma línea de Christifideles Laici, de Juan Pablo II, documento de muy posterior publicación. Comparte opinión sobre el crecimiento espiritual con el archiabad Benedikt Baur O.S.B. [1] lo que no debe extrañar dada la rigurosidad de la reflexión teológica en ambas órdenes religiosas. Se distingue en capítulo V el tono de urgencia a que lo conducen los acontecimientos políticos, no sólo se sensibiliza ante ellos, sino que interpreta para nosotros y nos lo ofrece, lo que considera a la luz de las Escritura y el Magisterio: el papel del cristiano en el mundo. Sin embargo, esa misma urgencia, habría de causar polémica en su tiempo y qué decir en su tiempo, muy ahora en nuestros días sus palabras cuestionan el “acomodamiento” en la fe de muchos de nosotros los creyentes. [1]“Sólo en Cristo puede haber crecimiento sobrenatural, sólo en Él podemos prosperar en bendiciones celestes, recibir gracia sobre gracia y dar frutos de vida eterna, no solamente para nosotros individualmente, sino además para todos nuestros hermanos y hermanas, para toda la Iglesia y para toda la humanidad, en mayor o menor medida, según que nosotros estemos más o menos en Cristo y Él en nosotros.” En la intimidad con Dios, Herder, 1997

24 de agosto de 2009

Y hablando de la Presencia Real

Suelo no profundizar, eso me han dicho, soy dispersa, me interesa conocer de todo un poco pero nunca penetro suficiente en ningún tema, eso se dice de mi pero tengo mis dudas al respecto. No obstante, existe una constante en mi vida, un tema central sobre el cual ella gira: Dios y el ser humano. Pues por lo mismo digo, si la vida de uno gira, gira y gira alrededor de un tema, no es posible que sobre ese tema no se llegue a profundizar, cierto? A menos que uno sea como esas palomillas nocturnas alrededor de un foco. En fin, que es mi Dios y sus criaturas quienes conmueven mis entrañas. Bueno, y les decía, que a veces no se si es Cristo o es el ser humano, si es su humanidad glorificada o su divinidad encarnada, o si son ambas cosas o si es el Bautismo que imprega nuestras naturaleza de ambas, qué se yo, pero algo hay ahí que me seduce y estremece. Pablo bien ha dicho: "y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" a tal punto que cuando escucho vibrar en la misma sintonía algunos bondadosos y piadosos corazones que se encuentran a kilómetros de distancia y a los que nunca he visto la cara, pues no me queda otra cosa que pensar que algo diferente, sobrenatural, está aconteciendo aquí. Hace unos días, por ejemplo, les contaba a algunos de mis amigos católicos del ciberespacio, la maravillosa certeza, silenciosa y majestuosa con que fui regalada durante la comunión un domingo pasado reciente, acerca de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Me expresaba acerca de esa inaudita experiencia, recibida con el humilde corazón de una empecinada escéptica, con esas palabras: majestuosa, duró lo que un instante, me hizo estremecer, me dejó sin aliento... Y cuál no fue mi sorpresa que ayer noche encontré a nuestro querido Padre Cantalamessa expresar lo siguiente en su primer homilía de preparación para la Navidad del 2004:
"La adoración [ ] termina con una intuición y, como toda intuición, no dura mucho. Es como un rayo de luz en la noche. Pero de una luz especial: no tanto la luz de la verdad, cuanto la luz de la realidad. Es la percepción de la grandeza, majestad, belleza, y a la vez de la bondad de Dios y de su presencia lo que quita la respiración. Es una especie de naufragio en el océano sin orillas y sin fondo de la majestad de Dios. Una expresión de adoración, más eficaz que cualquier palabra, es el silencio. "
No tanto la luz de la verdad, sino la luz de la realidad... claro que si, "es real, Cristo es real", fue el primer pensamiento que vino a mi mente luego de la experiencia de ese instante. Instante cuyo efectó se prolongara por el resto de mis días, tengan la seguridad, y sobre el que deberé reflexionar y asumir algún tipo de compromiso más allá del que esperaría de mi misma, supongo. Bueno, si con decirles que todavía, una semana después no lo he terminado de digerir. Ok, pero a lo que voy y voy allí, no porque esto no sea importante, porque lo es y mucho, pero hacia donde me dirijo es a tratar de expresarles de alguna forma que, si uno tiene la dicha, la innenarrable dicha de verse regalado con esta certeza inamovible y además escuchar eco de esta experiencia en el corazón de alguien como el Padre Cantalamessa, que en su espiritualidad es un maestro, no debería uno concluir que -efectivamente- vibramos los bautizados como un solo corazón introducido en el corazón del mismísimo Jesucristo, Nuestro Señor? No es razonable considerar y creer, haber llegado a la firme convicción, para darle un acento más firme al léxico, de que Cristo vive y reina en nuestros corazones? Y qué me dicen del hermoso poema que nos mostró nuestro amigo Mariano? Mariano hoy en el facebook colocó un breve poema de este señor que apenas conozco llamado Leonardo Castellani titulado ¿Qué cosa es Dios? — Decid, ¿qué cosa es Dios, oh luces bellas?— ¡Orden! — me respondieron las estrellas.— Decid, ¿qué cosa es Dios, flores hermosas? — ¡Belleza! — respondiéronme las rosas.— Decid, ¿qué cosa es Dios, oh Madre mía. Y Ella, mirando al Crucifijo:— Amor es Dios — me dijo — ... Amor más puro que la luz del día. Cómo es posible que tres corazones: el de Mariano, al lado del corazón del Padre Cantalamessa, y el mío, vibremos en la misma sintonía, no ya ante un poema, no ya ante una expresión de San Pablo, no ya ante las palabras con que pretendí narrar a mis amigos esta certeza, sino que vibren al unísono ante un corazón humano que late con vida divina y que se quedó entre nosotros en la Eucaristía? Es acaso esto posible? Mis escépticas entrañas tienen que doblegarse ante el hecho de que sobre, dentro y fuera de cada uno de estos tres corazones, que por cierto no son los únicos y que por lo mismo no están solos, existe un tipo de sustancia vital de orden sobrenatural que les alienta, que los vincula y les hermana, a pesar del tiempo y la distancia. Si, si, si, ya se que soy dispersa, aunque no tanto, ya ven cómo he logrado hilvanar -más o menos coherentemente- este hilo de conversación, pero bien, como esto no acaba aquí, solo me resta decir o más bien recordarles, que si Dios me ha seducido es porque me ha seducido el ser humano y eso me hace pensar, porque al fin y al cabo a eso venía todo este rollo, que si será esta misma atracción la que siente por nosotros ese corazón divino encarnado palpitando en el altar?. A qué si! Amén.

¡Mira qué cosa curiosa!

Pues, mira qué cosa curiosa! El Evangelio de hoy menciona el altar, al templo y a los sacerdotes. "Por tanto, quien ha jurado por el altar; jura por él y por lo que hay sobre él. Y quien ha jurado por el Templo, jura por él y por Aquel que en él habita. Y quien ha jurado por el Cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que en él está sentado". Mateo 23, 18-22

Y digo cosa curiosa, porque ayer -precisamente- discutíamos en diferentes foros y blogs la supuesta noticia de una reforma litúrgica que estaría impulsando nuestro amado Benedicto XVI y resulta que hoy, sin previo aviso, como a quien le revientan una bombeta en la oreja, nos hemos enterado de que la tan esperada reforma no es noticia oficial de la Santa Sede. ¡Vaya alegrón de burro, caray!

Y bueno, me dije a mi misma, está bien, "más vale bonito y con buena letra", como decía mi abuela; porque si por las vísperas se saca el día, el día de ayer en el ciberespacio rondaban aires de entusiasmo y alegría pero también de división. Será mejor así -digo yo- yo, que siempre ando confiada de Dios y de sus hombres (y mujeres), mejor así para ganar tiempo y guardar distancia de nuestras prematuras algarabías o temores. Será mejor así, porque y como dice Miserere domine "las cosas de palacio... van despacio" y no es para menos, ya que todos en este palacio somos hermanos del príncipe heredero, habremos -como él- de aprender a confiar y a esperar, digo yo. El telele, finalmente, es que quiero conservar este Evangelio por varios motivos, porque es el Evangelio del día en que decidí abrir este blog, porque intuyo que me servirá más adelante, porque quiero reflexionar sobre él; lo conservo también porque habla del templo, del altar y los sacerdotes, porque es de Mateo -cuya enseñanza contaba con autoridad en las primeras comunidades-, lo conservo por el asunto del alegrón de burro y también, porque Jesús lanza en él una clase de invectivas a los fariseos y saduceos, de rechupete (y es que con este aspecto del Señor me identifico particularmente, aquellos que me conocen, podrán confirmar que es así).

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