"La adoración [ ] termina con una intuición y, como toda intuición, no dura mucho. Es como un rayo de luz en la noche. Pero de una luz especial: no tanto la luz de la verdad, cuanto la luz de la realidad. Es la percepción de la grandeza, majestad, belleza, y a la vez de la bondad de Dios y de su presencia lo que quita la respiración. Es una especie de naufragio en el océano sin orillas y sin fondo de la majestad de Dios. Una expresión de adoración, más eficaz que cualquier palabra, es el silencio. "
No tanto la luz de la verdad, sino la luz de la realidad... claro que si, "es real, Cristo es real", fue el primer pensamiento que vino a mi mente luego de la experiencia de ese instante. Instante cuyo efectó se prolongara por el resto de mis días, tengan la seguridad, y sobre el que deberé reflexionar y asumir algún tipo de compromiso más allá del que esperaría de mi misma, supongo. Bueno, si con decirles que todavía, una semana después no lo he terminado de digerir.
Ok, pero a lo que voy y voy allí, no porque esto no sea importante, porque lo es y mucho, pero hacia donde me dirijo es a tratar de expresarles de alguna forma que, si uno tiene la dicha, la innenarrable dicha de verse regalado con esta certeza inamovible y además escuchar eco de esta experiencia en el corazón de alguien como el Padre Cantalamessa, que en su espiritualidad es un maestro, no debería uno concluir que -efectivamente- vibramos los bautizados como un solo corazón introducido en el corazón del mismísimo Jesucristo, Nuestro Señor? No es razonable considerar y creer, haber llegado a la firme convicción, para darle un acento más firme al léxico, de que Cristo vive y reina en nuestros corazones?
Y qué me dicen del hermoso poema que nos mostró nuestro amigo Mariano?
Mariano hoy en el facebook colocó un breve poema de este señor que apenas conozco llamado Leonardo Castellani titulado ¿Qué cosa es Dios?
— Decid, ¿qué cosa es Dios, oh luces bellas?—
¡Orden! — me respondieron las estrellas.—
Decid, ¿qué cosa es Dios, flores hermosas?
— ¡Belleza! — respondiéronme las rosas.—
Decid, ¿qué cosa es Dios, oh Madre mía.
Y Ella, mirando al Crucifijo:— Amor es Dios — me dijo —
... Amor más puro que la luz del día.
Cómo es posible que tres corazones: el de Mariano, al lado del corazón del Padre Cantalamessa, y el mío, vibremos en la misma sintonía, no ya ante un poema, no ya ante una expresión de San Pablo, no ya ante las palabras con que pretendí narrar a mis amigos esta certeza, sino que vibren al unísono ante un corazón humano que late con vida divina y que se quedó entre nosotros en la Eucaristía?
Es acaso esto posible?
Mis escépticas entrañas tienen que doblegarse ante el hecho de que sobre, dentro y fuera de cada uno de estos tres corazones, que por cierto no son los únicos y que por lo mismo no están solos, existe un tipo de sustancia vital de orden sobrenatural que les alienta, que los vincula y les hermana, a pesar del tiempo y la distancia.
Si, si, si, ya se que soy dispersa, aunque no tanto, ya ven cómo he logrado hilvanar -más o menos coherentemente- este hilo de conversación, pero bien, como esto no acaba aquí, solo me resta decir o más bien recordarles, que si Dios me ha seducido es porque me ha seducido el ser humano y eso me hace pensar, porque al fin y al cabo a eso venía todo este rollo, que si será esta misma atracción la que siente por nosotros ese corazón divino encarnado palpitando en el altar?. A qué si!
Amén.24 de agosto de 2009
Y hablando de la Presencia Real
Suelo no profundizar, eso me han dicho, soy dispersa, me interesa conocer de todo un poco pero nunca penetro suficiente en ningún tema, eso se dice de mi pero tengo mis dudas al respecto. No obstante, existe una constante en mi vida, un tema central sobre el cual ella gira: Dios y el ser humano.
Pues por lo mismo digo, si la vida de uno gira, gira y gira alrededor de un tema, no es posible que sobre ese tema no se llegue a profundizar, cierto? A menos que uno sea como esas palomillas nocturnas alrededor de un foco.
En fin, que es mi Dios y sus criaturas quienes conmueven mis entrañas.
Bueno, y les decía, que a veces no se si es Cristo o es el ser humano, si es su humanidad glorificada o su divinidad encarnada, o si son ambas cosas o si es el Bautismo que imprega nuestras naturaleza de ambas, qué se yo, pero algo hay ahí que me seduce y estremece.
Pablo bien ha dicho: "y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" a tal punto que cuando escucho vibrar en la misma sintonía algunos bondadosos y piadosos corazones que se encuentran a kilómetros de distancia y a los que nunca he visto la cara, pues no me queda otra cosa que pensar que algo diferente, sobrenatural, está aconteciendo aquí.
Hace unos días, por ejemplo, les contaba a algunos de mis amigos católicos del ciberespacio, la maravillosa certeza, silenciosa y majestuosa con que fui regalada durante la comunión un domingo pasado reciente, acerca de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Me expresaba acerca de esa inaudita experiencia, recibida con el humilde corazón de una empecinada escéptica, con esas palabras: majestuosa, duró lo que un instante, me hizo estremecer, me dejó sin aliento...
Y cuál no fue mi sorpresa que ayer noche encontré a nuestro querido Padre Cantalamessa expresar lo siguiente en su primer homilía de preparación para la Navidad del 2004: