8 de marzo de 2014

Soltura para ser cristianos

Cuando tenemos lo suficiente los pobres sirven para que aprendamos a ser desprendidos.
Cuando somos pobres los ricos sirven para aprender a tener compasión por ellos.



El que unos aprendamos a ser generosos y los otros a tener compasión dependerá del grado en que hayamos aprendido a no hacer juicios sobre las personas; es decir, de cuán humilde sea cada uno y, la humildad dependerá de la gracia pero también de cuán profundamente se haya comprendido para qué nacemos, quiénes somos, para qué estamos aquí y para qué morimos.

He llegado a la conclusión de que las personas que han marcado mi vida han sido personas humildes que han obtenido las cuatro respuestas.
No es casualidad de que tales personas sean cristianas ya que solo Cristo ofrece todas las respuestas que son las que nos permiten vivir con soltura el cristianismo.
Pues bien, echando la vista atrás, ahora que en precaria situación me encuentro y me he visto necesidad de pedir ayuda, recuerdo cuán generosas siempre fueron mi madre, mi abuela materna y mi padre; por ejemplo, abuela Merce, de niña me enviaba a buscar entre sus cosas para que se las llevara a personas necesitadas ya que no podía hacerlo personalmente debido a su invalidez. Recuerdo que el dinero que le regalaban sus hijos no paraba en su monedero el que tampoco nunca estaba vacío. Mamá, por ejemplo, tenía de amigas a montones de señoras solas y necesitadas que de continuo la buscaban para que les ayudara a buscar trabajo, pagar una cuenta, por consejo o a salir de algún apuro. Papá, a su estilo, tampoco nunca dejó sin atender a nadie.
Yo digo que la soltura de ser cristiano se aprende desde la niñez, siempre y cuando, tengamos quien nos la enseñe con el ejemplo.
Digo que es así porque ser cristiana me sale con soltura, es decir, nunca he debido proponerme vivir entre los pobres, dirigirme con ternura a un enfermo o persona deforme, nunca he necesitado que nadie me diga que debo dar de lo que no tengo o socorrer de alguna otra forma a quien me pide ayuda, etc.
Haya sido por el “estilo de vida” de mamá, abuela, papá que me sirvió de ejemplo o, sencillamente porque, como efectivamente ha sido: debido a la gracia que se nos ha regalado en ese aspecto a manos llenas, es por lo que las obras de misericordia para mi han sido cosa de todos los días.
Y no es por engallarme que se los cuento. No. Es para que constaten que si no se tiene la gracia se puede y, me parece, se debe pedir ya que entre más personas en el mundo existamos para quienes las obras de misericordia sean su “estilo de vida” más almas podrán salvarse.
Si no fuera porque es cosa de que solo con acciones demostramos que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos el que nos deban estar recordando que practiquemos obras de misericordia sonaría a cosa de broma o de que piensan que somos idiotas.
Por eso es que del Papa Francisco, como a tantos, me encanta su determinación para mantenerse humildemente con los pies bien puestos sobre la tierra en comunión con todos, desatendiendo todo orgullo humano y convencionalismo.
Cosa que nos resulta “novedosa” debido a que no poseemos soltura para ser cristianos

Pidamos al Señor esa gracia.

¡Echémonos a andar!

“¡Opa! ¿Qué es esto? ¡Tengo vida! Soy barro pero ahora me siento viva. En efecto, ahora tengo conciencia de mi existencia y siento la vida fluir dentro de esta forma con la que he sido creada. ¿Qué forma es? Vamos a ver”, me decía, mientras miraba mis manos, mi barriga y piernas. “Vaya, qué interesante, soy barro capaz de mantenerse erguido”.

Con estos pensamientos desperté el día de hoy Miércoles de Ceniza.
“Soy barro con mente racional y un alma que busca a su Creador. De ahí en adelante todo será ganancia”, me decía. “¡Busquémoslo, pues! ¡Tengo tantas preguntas que hacerle!” concluí diciendo hacia el momento en que estuve completamente despierta.
Qué cosa tan interesante el venir a figurarme que soy barro que, de la nada, cobra vida justo hoy que inicia la Cuaresma.
Me parece una magnífica forma de iniciarla ya que, siendo vida sacada literalmente de la nada, podré poco a poco ir descubriendo lo que, con este aliento de vida que me han regalado, puedo y debo hacer; por ejemplo, la conveniente forma de alimentarme, moverme y ejercitarme, mirar, tocar, escuchar y utilizar estos pensamientos que escucho en mi cabeza.
Todo lo que me habla de ponerme tras las huellas de mi Hacedor.
“¡Echémonos, pues, a andar!”

Un país de panaderos

Bien. No todo en la vida es drama aunque, a veces, así parezca.

La naturaleza toda me lo dice en el paisaje con su multitud de voces multicolores y en las diversas sensaciones que trae el verano.
Si, hace no más de dos semanas ha llegado el verano y este paraje hermoso en el que vivo a diario evoca el paraíso.
Como a un amigo que ausente por largo tiempo se ha extrañado lo recibió alborozada porque con el llegan los días de pasar al aire libre y recargarse al sol de vitamina D.
Un optimismo que asoma tímido entre los recodos del alma se abre paso para afincarse en el alma luego de la tempestad. Lo que produce el que, con tanta luz explotando en júbilo multicolor, me resulte imposible no apreciar la belleza, la bondad y verdad que me rodea.
Una de esas verdades que implica bondad y belleza es el hecho de que vivo en un país de panaderos.
La de tipo de panes de todo precio que existen en mi país! Madre mía!

Fíjense no más que cerquita tengo tres establecimientos en los que puedo comprar diversos tipos de pan fresco al precio más ridículo que pueda verse. Ridículo llamo al precio de un pan tipo baguette que cuesta 300 colones, es decir, 60 centavos de dólar. Lo mejor es que siempre tienen ofertas por lo que cuando compras dos te dan uno más. El caso es que te llevas a casa tres panes por menos de 1 dólar y medio. La de barriguitas hambrientas que debe llenar tanto pan. Qué maravilla!

Porque es cuestión de untarle frijoles y colocarle unas rebanadas de tomate para que la pancita vacía de cualquier niño quede repleta y bien alimentada.
En mis viajes tiendo a buscar pan pero ni en Perú ni en México, por ejemplo, he hallado –a pesar de su sobresaliente gastronomía- los buenos panes que encuentro en mi tierra.
Eso se debe a que existe una institución financiada por el estado que se ha dado a la tarea de formar panaderos. Lo viene haciendo hace años, con decir que mamá, aprendió panadería con ellos. Ahora, tras décadas de estarlo haciendo, montones de jóvenes aprenden el oficio y según descubren que tienen vocación y más o menos talento, la misma institución los financia para que continúen su especialización; de tal manera que, por ejemplo, en establecimientos populares se puede hallar pan tipo italiano, francés, español, en todas sus variaciones al lado de nuestras típicas trenzas de canela, con queso, dulce o salado, con o sin relleno de queso crema, crema pastelera, mermelada, etc.

Eso hablando solo de panes, porque si de otros productos habláramos no me alcanzaría la vida ya que en toda pulpería no faltan roscas, gatos, biscochos, tosteles, arreglados con o sin arreglar, cangrejos, prusianos, queques, pudines, tamal asado, galletas, etc. La variedad es infinita y el precio al alcance de cualquiera.

Yo digo que un país en el que los jóvenes por necesidad o no, deciden estudiar panadería (con todo lo que el oficio implica), debe ser un país de personas de una gran humanidad.
Un país en el que llamar a Cristo “Pan de Vida” no debe sonarles tan descabellado. 

Lo cual, junto al verano, me hace caer en la cuenta de lo glorioso que es comerlo líbremente sino vivir en un país de panaderos.


Muchas, quizá demasiadas cosas negativas nos hacen pensar que lo único importante es tratar la vida con gravedad, pero que nuestro sentido de la responsabilidad no nos impida regocijarnos por la llegada del verano y en las pequeñas grandes cosas que a la vez suceden.

Una vida nueva pediste?

Una persona a la que estimo mencionó hace unos meses algo sobre el valor de mantenerse fiel al estado de vida.
Lo que me ha estado dando vueltas en la cabeza ya que ha sido brutal el cambio en mi estado de vida al fallecer papá ya que, de un día para el otro, me vi con muchísimo tiempo libre, sin dinero ni expectativas de trabajo no solo por mi edad sino por mi salud.
Cielos! Qué estado de vida es ese? ¡Qué estado de vida es!
Hace unos días estuve viendo fotografías de nuestro hermoso y valioso pero fracasado proyecto del invernadero en hidroponía. Si que tenía, entonces, el control de todo. Cuánta plenitud y cuán diferente a mi estado de vida actual!
Ahora bien, por qué no obtengo plenitud de mi actual estado de vida?
No la obtengo porque no le encuentro sentido a depender del Señor para todo.
Y también porque, a veces, parece que me tiene olvidada lo cual no es cierto, ya que -simplemente- querría mantener el control, el cual no tengo en absoluto.

Mi estado de vida actual consiste en no tener el control de nada; tal como si me dijesen: - “A ver. Te retiramos el control por haber demostrado ineficiencia”.

Habrase visto mayor humillación? Pues no. Es la mayor humillación que jamás podría recibirse. Muchos, de hecho, viéndose así se quitan la vida, pero lejos estoy de pensar en esas cosas; no obstante, vivo con el sufrimiento de verme inútil y con el dolor de mi enfermedad.
Lo que me hace pensar que el hallar valor a mi estado de vida actual depende, precisamente, de hallar sentido al dolor y al sufrimiento lo cual, ya sabemos, se consigue unido a Jesús, el Hijo de Dios, quien se hizo uno de nosotros, padeció y murió por abrirnos la puerta a una Vida Nueva.
Uno, cuando tiene el control, se la pasa muy orondo diciendo: - “Señor, haz mi vida nueva. Te lo entrego todo. Soy barro en tus manos”.
Lo que ni siquiera sospecha es que el Señor responderá con creces.
Le hará uno con El en todo aspecto: en el Hijo dependerá para todo del Padre. Su voluntad no contará para nada sino la del Padre. Como con el Hijo, todo lo que reciba, vendrá del Padre.
Vivirá en la tensión de quien, por estar de puntillas a duras penas manteniendo el equilibrio sobre el suelo con la punta de sus dedos apenas consigue tocar el cielo.
Será la suya, definitivamente, una Vida Nueva.
En esa tensión vivirá y será una vida buena.
Por gracia, reconocerá el valor de mantenerse fiel a la tensión de su nuevo estado de vida.

¿Una Vida Nueva pediste?

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