No lo niego. Esta fue una de las preguntas que me hice al conocer de la elección de SS Francisco I.
“Caray!”, pensé de inmediato, “pero, qué me pasa? De cuándo acá me considero autoridad para reclamar?”
Pues nada, desde que soy humana y rechazo el auxilio de la gracia.
Desde que prevalece en mi el pecado antes que la virtud. La soberbia
antes que la humildad.
“En la humildad”, me dije, “en la humildad deben haber pensado los cardenales”.
“En la humildad”, me dije, “en la humildad deben haber pensado los cardenales”.
Finalmente, respiré en paz y aliviada.
“Y, antes que los cardenales”, también me dije, “en eso debe haber pensado el Espíritu Santo”.
Lo que es razonable ya que si algo enfrentó Benedicto XVI fue la
soberbia del clero y del laicado que no es diferente a la soberbia del
mundo ya que, compartimos con los descreídos, querámoslo o no, el
mismísimo pecado. Como si la naturaleza del pecado de soberbia en los
creyentes fuera de otro tipo que la de los descreídos.
Vaya magnitud de soberbia! Si no les digo?
Ahora bien, qué pasa con los reclamos que le plantean a su Obispo,
ahora Papa, los tradicionalistas argentinos al que se suman
tradicionalistas de otros lugares del mundo?
Pues nada, el que Mons. Bergoglio (entre otras cosas que le
reclaman) no haya favorecido la misa tradicional y antes (según sus
interpretaciones)le haya puesto obstáculos, parece comprensible ya que,
si (con la misma soberbia que lo han juzgado) han defendido la misa
antigua, era de esperar la negativa de Monseñor tal como la del
Arzobispo de San José.
Por tanto, el Espíritu Santo y los cardenales, estaban pensando en la buena medicina que sería la humildad
para los tradicionalistas y todo aquél que la necesite como, por
ejemplo, aquellos que brincan la mar de contentos porque interpretan
algunos gestos de SS Francisco I como el augurio de una Iglesia
“renovada”(a su imagen y semejanza); me refiero no solo a los que se
alegran por no tener sobre sus espaldas el peso que imprimía Benedicto
XVI en su afán por defender la liturgia sino a quienes esperan de
Francisco I, entre otros, la ordenación de mujeres y la eliminación del
celibato sacerdotal pero también me refiero a aquellos que desean el
total declive de la Iglesia.
Otra “piña” de soberbios. Tanto como vos y yo.
El caso es que deseo hacerles ver que, sea Benedicto o sea Francisco,
sea uno que la defienda u otro que “obstaculiza” la misa tradicional;
sea como sea, mientras no identifiquemos nuestro pecado, nada de lo que
piensen los cardenales, jamás nos satisfará.
Si les digo, me apena el que Jorge Mario Bergoglio no sea otro
Ratzinger, pero ese es mi problema, no del Papa, ni de los cardenales,
ni mucho menos del Espíritu Santo.
Será su pontificado, como dijo Bruno Moreno, “un tiempo interesante,
tiempo de lucha entre el bien y el mal, tiempo de gracia” como todo
tiempo de salvación, ¡vaya!, ante el cual se me dificulta incluso
esperar.
¡Deo omnis gloria!