18 de abril de 2013

Agradecida por mis lágrimas

Resulta que ahora por todo lloro. 

Lloro al recordar los paseos con mi padre durante el último año. Lloro al recordar el primer poema que le recité a los tres años subida en una sillita aquella primera vez que le celebré el Día del Padre. Lloro al ver a un enfermito o a uno de sus parientes triste. Lloro al ver a don Melico viudo cuando nos encontramos en la tienda muy temprano para comprar el pan. Lloro de solo pensar que, viejo y sin hijos, no tendrá quien lo cuide. 

Cielos! Por todo lloro!

Ya más de uno me ha dicho que debo tranquilizarme y cuidarme porque estoy con los “nervios de punta”. Es probable. 

Pero lo cierto es que -nada más- quisiera que me dejaran disfrutar mis lágrimas porque estuve más de veinte años sin poder llorar. 

No sé por qué dejé de hacerlo y no viene al caso ponerme a investigar, más el asunto es que ahora lloro y lloro por todo.

Y de qué fue que empecé a llorar?

Fue de aceptar el que papá no volverá jamás a ser el mismo. De que será inevitable que el daño en su corazón le produzca pequeñas isquemias cerebrales más rápido de lo que pude haber sospechado ya que, en cuestión de tres días, no me reconoce. 

La última vez que supo quien era su hija fue el Domingo de la Misericordia. 

Será el más preciado recuerdo sobre algo que hayamos hecho juntos. 

Fue pocos minutos antes de las tres de la tarde cuando, estando a su lado, miré el reloj y faltaban más o menos siete minutos para la hora y le dije: - Papá, hoy es el Domingo de la Misericordia (a papá le encanta el tema de la Misericordia) Recemos para que el Señor nos abrace en su Misericordia. 

Con su cabeza asintió. 

Nos persignamos y empecé a orar cerca de su oído bueno. En algún momento empecé a llorar sin consuelo hasta que me dije que estaría asustándolo por lo que concluí lo más naturalmente que posible y me despedí sonriendo. 

Fui directo a mi habitación para seguir orando ya que para mí aquello no había sido suficiente por lo que entre oración y llanto saltaron de mi memoria frases sueltas como “agua del costado de Cristo, lávame”, “sangre de Cristo, embriágame”, “pasión de Cristo, confórtame”, “dentro de tus llagas: escóndeme…”
Al llegar a lo de las llagas ya no pude más. Sentí que me fundía en llanto pero a la vez me quedó tan claro que la verdadera vida ¡nace de la Cruz! 

Ahí escondida supe que mi vida no había sido vida sino hasta que fui sumergida en la herida de Su costado.
Lugar desde el que agradecida por mis lágrimas lloro ahora que por todo lloro.

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