21 de enero de 2014

¡Mi vida, al fin te pertenece!

Querido Señor:
He venido viviendo estos días de Navidad y de fin de año tratando de descubrir algo en los acontecimientos que me permita hablar con esperanza de esta hermosa vida que me has dado. No encuentro nada o no he sabido mirar.
Recurro a ti, particularmente, en este último día del año para comentártelo con la confianza de que en este diálogo surgirán razones para recibir el año que empieza con ilusión.
Saber que existen muchas personas que están en la misma situación que yo no me consuela ni tampoco el saber que existen muchos otros que están infinitamente peor. De hecho, me pone más triste. De no ser porque confío plenamente en ti caería en desesperación debido a la impotencia.
Qué será lo que me consuele?
Si miro atrás, este año que termina ha sido durísimo, no solo por la enfermedad y muerte de papá y las consecuencias que ha tenido en mi vida sino por tantos sucesos en la vida de mi madre la Iglesia a quien –por llevarla en el corazón- me han causado hastío o desánimo.
Qué será, pues, lo que me consuele?
Me lo pregunto porque necesito esa respuesta, Señor. La formulo en tu presencia porque me escuchas y ya sea, directamente de ti o de sucesos y personas, seguro que recibiré la respuesta que necesito.
De acuerdo. Haré mi mejor esfuerzo para mirar la realidad de otro modo. Recurriré a mi memoria.
Qué fue de lo que este año tan lleno de trifulcas recibí consuelo? Hubo algo o alguien que me lo hiciera llegar?
Pues si. Recibí un infinito consuelo del cariño y caricias que recibí de mi padre durante sus días en el hospital. Nunca me había abrazado, acariciado y dicho tantas cosas tan bonitas. Qué consuelo enorme saber que me quería tanto. Cielos! Creo que con solo esto bastaría para recuperar la alegría y la esperanza. Bastaría con esto si lo profundizara.
Recuerdo que también recibí gran consuelo de las personas que se hicieron presentes en el funeral sobre de todo de aquellas cuya presencia y cariño no me lo esperaba.
Otro consuelo enorme fue el que mis dos hermanos, viéndome desprotegida, se hayan hecho cargo de mi hasta que mejore el tiempo. No sé cuántos hermanos en el mundo son capaces de echarse encima la carga económica que significa su hermana mayor, enferma, soltera y sin trabajo. No creo que existan tantos. El caso es que yo, de viaje, tengo dos de esos.
He recibido consuelos más pequeños de otras personas los que no he tomado en cuenta pero que, por justicia, debería considerar: mi prima María Mercedes, del algunos sacerdotes con el cariño, consejos y confianza que han depositado en mí, de algunos amigos de Facebook que conozco o no personalmente, de los queridos blogueros de InfoCatólica y su consejo editorial todos los que, a pesar de la distancia, me han hecho sentir que pertenezco a su familia.
Bien, Señor, esta es la lista de los consuelos recibidos o, al menos, los que recuerdo. 
Siento que todavía no basta para consolarme y no encuentro la razón.

No sé, quizá debe ser solo que para estos días el cielo ha estado plagado de nubes que no permiten que llegue hasta mi la luz del sol y el calor que todo mi cuerpo reclama. Debe ser eso, nada más. Dejaré que pase el mal tiempo. De todas formas, el sol y tú, Señor, brillan por sobre las nubes y tú, en especial, por sobre toda oscuridad.
Ya resplandecerás en algún momento!
Bendito seas!
Te amo. Gracias por mi vida y gracias porque al fin te pertenece.




Cielo bendito! Pero, qué tonta soy! Ese es mi gran consuelo: ¡mi vida, al fin te pertenece!

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