Sin Dios no existe forma de pensar correctamente, es por eso que tan  frecuentemente nos equivocamos en nuestros juicios; para empezar,  cuántas ideas, personas, situaciones rechazamos sabiendo que Dios todo  lo hace con sabiduría y por amor?
Me dirán, claro, que por muchas razones hemos de rechazar ideas,  personas, situaciones y tendrán razón, pero las rechazaremos -no por  ellas mismas- sino tras analizar que contienen el potencial o  explícitamente nos hacen daño físico, emocional o espiritual. 
Lo que pasa es que muchas veces nos adelantamos en nuestros juicios.
Por poner un par de ejemplos: un día de estos un católico me decía  que la misa tendrían los sacerdotes que hacerla menos aburrida y el otro  día también me decía un ateo que el costo del viaje de un joven  costarricense a la JMJ es excesivo y que el dinero debería utilizarlo  para otra cosa de mayor provecho.
Según analizo las cosas, ambos juicios no se diferencian en nada, surgen del mismo fondo común que es el que ambos piensan sin Dios; de tal manera que en expresiones como estas es donde podemos apreciar que muchas veces un católico no se diferencia en nada de un descreído.
Ahora bien, ambos expresan claramente un rechazo de la realidad sin  siquiera analizar si ella contiene el potencial o explícitamente hace  daño físico, emocional o espiritual.
Por lo que observo, ante la realidad generalmente seguimos nuestro  primer impulso que, por lo regular también, es el rechazo; sin embargo,  observen una cosa: ante el imperativo del Señor, Zaqueo pudo  –perfectamente- no haber bajado del árbol, la samaritana pudo haberse  devuelto a casa con cántaro vacío en mano y Pedro jamás habría bogado  mar adentro y echado las redes.
De tal manera que es imprescindible evitar reaccionar desde nuestro  primer impulso; hemos de detenernos, observar y analizar con  detenimiento las ideas, personas y situaciones que la realidad nos  presenta para no equivocarnos, para darnos la oportunidad de aprender a  pensar con Dios. 
Y es que, fíjense nada más, cuando pensamos con Dios (asumo que más  de uno y en más de una ocasión lo hemos hecho) el efecto de nuestras  acciones es que nuestra razón confirma un acto de justicia, que nuestra  alma obtiene la paz, que se afirma la Esperanza y que vivimos alegres. 
Justicia, paz, alegría y Esperanza tendrían que servirnos como  variables de verificación que nos confirmen que hemos seguido un  razonamiento según Dios o, dicho con otras palabras, que hemos permitido  a la Gracia colaborar con nosotros.
Claro que, siempre habrá personas, que para su estilo de vida sea  imprescindible vivir siendo injustos, sin paz, tristes y sin Esperanza;  ya lo sabemos, de todo hay en la viña del Señor.

 
 
