Desde estas tierras y observando lo del caso Germinans se pregunta uno si será que nos ha llegado el día en que nos hemos vuelto hermanos contra hermanos.
Muy probablemente ya lo estemos viviendo a diferente escala y nivel en diversos países y ámbitos eclesiales, muy probablemente ya está aquí ese día tan temido, quizá -en realidad- nunca se ha ido.
Desde lejos y también de cerca, uno observa en estos casos puntos en común ya que las condiciones en las que se presenta el fenómeno dan señales de ser sociedades en las cuales las autoridades eclesiales, laicos y consagrados, a todo nivel se han secularizado influenciadas por el relativismo.
Uno observa tanto en los casos cercanos como en los lejanos pastores que han abandonado a su rebaño a merced del lobo por lo que no se les verá dar la cara por el, quienes –incluso- le han ahorrado al Señor la tarea de separar las “cabras” de las “ovejas” separando a sacerdotes y laicos de sus cargos fundamentados en criterios que solo ellos entienden. Pastores que más que pastores parecen vaqueros ya que se les ve “atajando” su ato de toda forma posible con tal de que no se le salga del corral, el que –por lo regular- está delimitado por una concepción de Iglesia propia y bien calculada, muy afín con intereses políticos y económicos.
Es un dolor enorme que, aquí y allá, esto esté sucediendo ante nuestras narices pero lo que causa mayor tristeza son las víctimas que se perderán o morirán en el camino.
Y, por víctimas me refiero, no solo a aquellos que han caído o caerán bajo el peso de acusaciones injustas sino aquellas a quienes, por las consecuencias del escándalo, perderán confianza en la Iglesia o se resignarán a vivir marginados.
Es cierto, las consecuencias de la secularización y de la flagrante apostasía dentro de la Iglesia nos ha hecho y continuará haciendo muchísimo daño, sin embargo, hay esperanza de la cual hemos obtenido certeza en gestos tan sencillos como el nombramiento en lugares y puestos clave de Obispos firmemente apoyados en su fe.
Y, fijémonos –nada más- qué clase de Obispos son esos: son obispos que han ocupado sus cargos provenientes de parroquias en las que se les veía orando, celebrando los sacramentos y la Eucaristía con dignidad así como realizando obras de misericordia; alejados de componendas políticas y, por lo mismo, muchas veces padeciendo persecución.
Me parece que si bien, podríamos estar presenciando “hechos apocalípticos” como es este combate fraticida, tenemos en estos Obispos no solo un modelo a seguir sino un apoyo de valor incalculable por lo que tendríamos que velar por ellos a como de lugar.
Y velar también por nuestros presbíteros católicos porque uno nunca sabe cuál de ellos eventualmente llegará a Obispo, ya que -según pintan las cosas- éstos dan la impresión de ser los Obispos del Final de los Tiempos.
¡Qué bien y confiado llegaría uno a ese día conducido por un pastor de ese calibre!. No es cierto? Pero, aunque un Obispo así no nos correspondiera, no estaría de más, orar para se prolongue el Ponfificado de Benedicto XVI hasta el día en que el Señor lo tenga dispuesto y alcance para realizar tantos nombramientos como sabemos es urgente y necesario.