13 de agosto de 2013

Dos veces no lo pensaré

Muy de vez en cuando regresa a mí la sensación de “necesidad infinita”.
Recuerdo una de las primeras veces que la noté y fue un día en que, siendo muy joven y llegados a vivir a este espléndido lugar en el que todo, todo, habla de Dios, escuchando música y teniendo el portentoso paisaje delante de mí, sentí como que desde mi plexo solar iba formándose una onda expansiva de necesidad de infinito que me obligó a ponerme de pie para respirar mejor, abrir los brazos y sacudirme como quien se sacude un hormiguero.
Me gustaría tener mayores destrezas literarias para expresarlo pero no las tengo así que con esa descripción basta para que se hagan la idea.
Esa necesidad de infinito se despierta en el momento menos esperado; por ejemplo, hoy se despertó cuando no pude más con el dolor de ver tres hermosos árboles del jardín tumbados ya que se encontraban en el lote que recientemente vendimos a este hombre que más que mi rabia lo que merece es compasión por ser tan bruto como para tirar abajo tres árboles de veinte metros cubiertos de hiedra hasta la copa que no significaban ningún peligro para nadie.
Claro, luego, con el dolor de la pérdida pienso en tantas vidas humanas que se pierden de forma absurda y es cuando ya no puedo más, tengo que recurrir a Dios lanzándome en sus brazos como un pájaro de fuego que se elevara sobre el cielo para ir a fundirse con el sol.
Y, claro, lloro. Recuerden que ahora por todo lloro.
Uno sabe, si, sabe que mueren muchas personas de manera atroz y por razones absurdas pero también conoce de personas que más parecieran muertos vivientes de esos tan espantosos a los que la televisión a veces pareciera desea acostumbrarnos.
Tan solo por los programas de televisión un visitante del espacio exterior concluiría que existe una consigna mundial para que cada día el mal parezca a los terrícolas menos malo y sus frutos menos perversos, horribles y aborrecibles.
Yo no podré jamás acostumbrarme. Sencillamente no vine con lo necesario.
He pensado que quizá hasta llegue el día en el que deba entregar mi vida por el Bien y por la Belleza. No lo sé, puede ser que no; pero si llega, lo haré sin pensarlo ya que sé por experiencia de dónde viene esa “necesidad infinita” y hacia Quien me lleva.

Dos veces no lo pensaré.

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