26 de agosto de 2013

¿Cómo saber si Dios se nos ha hecho aburrido?

Uno, sencillamente, no puede imaginar que para Juan o Andrés, Pedro o Santiago, para la misma María el Señor y la vida a su lado haya sido aburrida.
Bien, esa es la mejor referencia para saber si Dios se nos ha hecho aburrido.
Es nuestra relación con El de tal tipo que no más al despertar abrimos los ojos emocionados y contentos por lo que sospechamos nos reparará el día a su lado?
Nos entusiasma creer de tal forma en El y en su Presencia como para salir a los caminos a mostrar las maravillas que hace y ha hecho por nosotros?
Salimos dejándolo en casa o partimos a nuestras actividades caminando sobre sus huellas?
Las seguimos o en algún punto de la jornada decidimos dejarlo ir por su camino para tomar el nuestro?
Caminamos atentos a sus palabras o absortos en nuestros pensamientos?
A la primera contrariedad del día le miramos para saber cómo hemos de mirar nosotros o le ignoramos para sacar nuestro propio juicio ante la situación?
Regresamos a casa cansados, sudorosos pero contentos por haber pasado el día en su compañía o regresamos frustrados y tristes sin saber qué fue lo que pasó?
Cuando, tarde en la noche, caemos en la cuenta que el Señor ha estado a nuestro lado, conversamos con El sobre lo sucedido o, simplemente, ignoramos su Presencia?
Podrían imaginar por un instante qué hubiese sido de la Iglesia si quienes tuvieron un encuentro personal con el Señor se lo hubiesen tomado como muchos nos lo tomamos?

Gracias al Señor que vive y que todavía transita por la historia junto a muchos de sus discípulos.

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