7 de diciembre de 2013

¡No será este el cielo!

Desde niña los perritos han sido para mi gran compañía.
El primero que tuve, fue como a los siete años cuando, no sé quién, le dijo a mamá que los perritos chihuahua eran buenos para las niñas asmáticas.
Mamá, tan linda, me compró uno ya que no solo me quería mucho sino que deseaba mi salud ya que, efectivamente, el asma, hizo estragos en mi durante muchos años.
Bambino o Bibi, no vivió mucho ya que un día en que abuela me mandó a la pulpería, salió tras de mí, por lo que, con estos -mis propios ojos- vi cómo un carro lo dejaba destripado hecho tortilla sobre la carretera.
Así, uno tras otro ha llegado a mi vida y se ha ido. Calculo que podrían haber sido unos treinta los que he tenido. Unos se han perdido, a otros se los han robado, otros han fallecido de viejos o enfermos, me han matado cruelmente a uno, otros más, pocos –por dicha- he debido poner a dormir por violentos y peligrosos o por estar agonizantes.
La cosa es que mis perritos han sido de las cosas más lindas que en mi vida me han pasado. No solo porque me enseñaron a salir de mi misma sino porque ellos, sin pedírselos, me han dado todo de sí mismos.
Por decirles algo, al día de hoy, tengo a una muy viejita que recogí de la calle hace muchos años y que, tras la muerte de papá empezó a presentar signos de ancianidad por lo que, en cualquier momento, dejará de estar conmigo; sin embargo, vieja y chocha como está ella no deja de entornar lo ojos cada vez que me ve. Es como si verme fuese como mirar el cielo. A veces pienso que para mí también dado el gran cariño que nos tenemos.

Aun cuando me expreso así de los perritos nunca he sido de los que los tratan como personas. No. Tengo claro que son animalitos y que cuando mueran no irán al cielo tal como muchos de nosotros querríamos.

Y no irán no porque Dios no tenga sensibilidad hacia su creación y la deje fuera del beneficio de su gloria sino porque, sencillamente, san Pedro puso la condición de velar por las puertas por toda la eternidad siempre y cuando le autorizaran no dejar entrar pulgas al cielo.
Ese fue el compromiso de Dios con Pedro así que hemos de respetarlo.
Es claro que estoy bromeando y que existen razones teológica y doctrinales para impedir el ingreso de mascotas pero hoy no tengo ganas de hablar en serio porque estoy pasando el duelo de mi animalito.

En fin, la cosa es que hoy, vi esta fotografía y quedé sin aliento. 


Tuve una perrita de estas a la que quise y me quiso tanto pero que, habiendo caído en agonía debido a una pancreatitis que no detecté a tiempo, debí poner a dormir durante la agonía de papá lo que, unido a la angustia de ver a papá muriendo, ha sido de las cosas más duras que jamás me han sucedido así que, cuando vi tantos igual a ella, me dije: ¡Cuantas “Cookie"! ¡No será este el Cielo!
Nuestro padre Dios es Misericordioso, lo sabemos, por lo que es probable que en la letra menuda del acuerdo que firmó con Pedro, diga algo así:
“Está bien, los perritos no entrarán al cielo por lo de las pulgas pero, eso sí, has de saber Pedro, que el afecto de estos animalitos por sus dueños, el que los estará esperando cuando lleguen, tendrá siempre cabida en mi moradas aunque armes un berrinche eterno”.

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