21 de enero de 2012

Bendito Dios que tenemos fe

He de confesar que, en este proceso de perdón, en el que he tomado la decisión de entrar uno de los aspectos en los que he de prestar atención es en mi temperamento, porque, ¡vaya!, bien que han probado algunos lo fácilmente que puedo convertirme en una fiera! Y bien, que he tenido que probar las consecuencias como cuando un día de estos en que, echando para atrás y habiendo tomado todas las precauciones, golpeé ligeramente un auto que detrás de mi se detuvo abruptamente. 

Tan abruptamente como salí del auto enfadadísima y le reclamé al joven conductor de la siguiente manera y con voz estruendosa: - “Pero, ¡diay, muchacho! ¿Qué está haciendo usted parado ahí si me ve echando para atrás?”.

El caso es que el joven debe de haberse asustado mucho porque ahí mismo le pidió a su hermano que llamara a la Fuerza Pública.

Claro, da risa de solo imaginarme ante el oficial que me preguntó con rudeza tal cual si fuera yo un delincuente: - “Señora, ¿qué es lo que está pasando? Entrégueme sus documentos”. 

El asunto no pasó a más, ya que le confesé muy tranquila y sinceramente que me había enfadado mucho con el joven ya que se había detenido abruptamente debido a que su hermano estaba vomitando.

Pueden imaginarse la escena? Ríanse, no más, si para eso la cuento.

En fin, que en este proceso de perdón por el que transcurro y del que hasta ahora ustedes solo han visto el lado amable, aspecto importantísimo de cuidar será mi temperamento y con el, la impulsividad.

Cuéntoles estas cosas ya que como itinerario de fe espero que le sean de provecho a alguno y porque, de todas formas, tienen mucho que ver con la vida de fe de cualquiera tanto como podría tener que ver el pecado pero sobre todo los cuidados a veces tiernos y hasta jocosos con los que nos regala el Señor.

Porque, no me van a decir que ese tonto accidente no fue suficiente para que caer en la cuenta de mis flaquezas y me propusiera corregirme poniendo un grito de auxilio al cielo? Claro que lo fue o es que acaso no confían en que me creo eso de que todo es para el bien de los que Lo aman? ¡Por supuesto que me lo creo!.

Esto último me ha quedado clarísimo hoy que escuché en uno de sus programas al padre Fortea, su charla trató sobre “El demonio como instrumento de santificación” (el cual espero escuchen porque está buenísimo como todo lo del padre Fortea). 

Se lo pueden creer? El demonio colaborando a nuestra santidad? Pues, ¡así como lo oyen!

De su charla lo que más hondo caló fue una frasecita suelta que utilizó refiriéndose al dolor que nos provoca el pecado de nuestro hermano, el cual, si bien es un mal objetivo, pues nada –decía el padre- que este hermano “ya hace bastante teniendo fe”.

De primera entrada como que saberlo no sirve de gran consuelo dado el sufrimiento que podría estar causando el pecado del hermano; pero es que, con un poco de control del temperamento, dejando impulsos a un lado y recordando el rostro del ofensor, no queda más que reconocer que, gracias a Dios al menos tiene fe ya que si no, pues, ¡madre santa!, qué sería de su alma pero también de la mía ante la tentación de odiarle y contra la cual me he propuesto establecer batalla con la ayuda de Dios, de sus ángeles y de sus santos? 

Pues nada, que estaríamos ambos en el Top 10 de los candidatos al mismitico infierno; por lo mismo, bendito Dios, que -ambos- tenemos fe.


Buenísimo para comprender con mayor perfección de lo que hablo recurrir a la última entrada del padre Iraburu. ¡Magnífica, le quedó!

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