30 de junio de 2012

Me disculpan el estropicio




Dedicado a todos aquellos fieles y sacerdotes que consideran que existen cosas más importantes en la Iglesia que anhelar con vehemencia hacerse sacrificio ante el altar de Dios. 

“Se han sentido en ocasiones como en esta imagen se ve Jesús?
Yo si, quizá con demasiada frecuencia últimamente”

Les dije hace unos días que estoy profundamente convencida del amor entrañable de mi Señor por la barbaridad de situaciones difíciles de sobrellevar con las que me ha regalado en las últimas semanas. En eso estoy clara: el Señor me ama. Ni que darle vuelta.

Ahora bien, del poquísimo tiempo que he tenido recientemente debido al esfuerzo que me viene exigiendo la realidad utilicé una fracción del mismo para colocar en facebook la siguiente imagen y comentario:

 “En Guadalajara estuve en una misa tridentina de la FSSP en la que me sentí justo como se ven los fieles en esta imagen. Claro, el cura no era tan viejito pero con el mismo cariño nos daba la comunión rezando lentamente ante cada uno en latín “El Cuerpo y la Sangre de NS Jesucristo guarde tu alma para vida eterna”. No creo que luego de recibir al Señor de esta forma quiera nadie volver a recibirlo en la mano y de pie”

Esta nota provocó de inmediato comentarios adversos de fieles y sacerdotes que pretendieron reducir a trivialidad mi deseo de recibir al Señor de la forma en que encuentro corresponde a los más profundos anhelos de mi corazón.

Me es imposible ocultar el asombro que me provoca el que, doquier aparece algún católico manifestando convicción en la forma en que desea recibir al Señor Eucaristía, salgan algunos justificando lo contrario y hasta descalificando sus intenciones reduciéndolas a mero sentimentalismo y adicionales bla, bla, bla.
Me indigna tanto como pudieron haber indignado al Señor los mercaderes del templo. Con su enfado me identifico y, como ese día, me veo tirándoles todo por el suelo.

Ahí, me disculpan el estropicio.

Pero, es que, saben? Viéndome en este período de mi vida rotas las carnes y destrozados los sentimientos, nublado el entendimiento de tan angustia, incertidumbre y dolor; identificada con cada latigazo, escupitajo y caída así como con el dolor lacerante de cada una de las espinas.

No encontrando mejor refugio que abrazarme a la Cruz de mi gran amado.

Constatando a cada instante que mi vida ya no es mía y que valdría mucho menos de no ser por cuanto soy amada; teniendo tan claro que mí ser total ha aceptado en obediencia y fidelidad hacerse todo sacrificio…
Que me vengan a decir que existen cosas más importantes en la Iglesia que ponerme de rodillas para hacerme uno con Quien se hizo miseria conmigo…

Es que ¡ay, Madre Santísima! sencillamente ¡me revienta!

Ahí, como dije, me disculpan el estropicio.

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