13 de junio de 2012

No, si es que, ¡hasta parece mentira!

Uno, que por estas latitudes leyendo las noticias se siente como mirando los toros desde la barrera; impotente hasta cierto punto, sostenido de la oración y de los sacramentos ante tanta locura que desordena y que desconcierta.

Uno así y, quizá, por ser mujer y con su espíritu maternal ve el mundo y lo que llega a concluir es que en muchos ámbitos de la sociedad lo que hace falta son padres. 
 
Claro, faltan padres, ya que -quienes hemos crecido sin la autoridad de uno- notamos la diferencia cuando llegamos libremente a ponernos bajo la autoridad de Dios como Padre.

Miren nada más el descalabro de ciertas familias en las que una madre o padre soltero, por ejemplo, y -sin trazas de conocer la autoridad- hace con la educación de sus hijos. 

Este mismo ejemplo lo podemos trasladar a diversos ámbitos, como –por ejemplo- cuando toda una diócesis ha carecido de un obispo/padre por lo que la pobre diócesis arroja hijos que no saben poner límites a su conducta ni ante la familia diocesana, ni ante su obispo, ni ante la sociedad, menos podrán ponerlos ante la autoridad del Magisterio de la Iglesia o del mismo Papa. 

Pasa lo mismo en la liturgia, cuando un sacerdote/madre, para “complacer” a sus ovejas pero, además, bajo la justificación de “lo pastoral” les permite organizar celebraciones litúrgicas con niños, por ejemplo, plagadas de improvisaciones provocando gran descalabro no solo en su formación en la fe sino moldeando personajes que a la primera seña de autoridad de otro párroco o, hasta de un obispo, se rebelan como si la autoridad residiera en ellas y no en quien el Señor la ha encomendado.

Sucede igual con los gobiernos cuando un gobernante no es padre; con los maestros, con los jefes cuando no tienen clara su función de autoridad. 

Parece mentira, pero, si es que –hasta en eso- la Trinidad es modelo para nosotros y lo es no solo porque Dios así se nos ha revelado sino porque la dinámica interna de Dios, Uno y Trino, corresponde a lo más profundo de nuestra naturaleza. 

Venimos a la vida necesitados de Dios como Padre, para poder crecer en salud emocional y espiritual como sus hijos. Tal parece que todas nuestras rebeldías es eso por lo que claman: autoridad que nos indique con ternura lo que nos conviene, que -respetando nuestra libertad- sea guía y compañía, que sea Amor.

Uno, aquí, desde tan lejos de donde suceden estas cosas, o quizá no, se siente impotente pero, quizá no tanto, porque sabe que al final está prendido de la mano de Dios Padre; sin embargo, el dolor y la frustración de ver tantos huérfanos de padre como existen hoy en día, los purga uno a solas en el regazo maternal de Nuestra Señora, quien ha sido la primera mujer que ha reconocido la autoridad de Dios. La primera que ha sido verdadera hija, verdadera esposa y verdadera madre. 

No, si es que, ¡hasta parece mentira!

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