Con el paso del tiempo me he convertido en la piedrita en el zapato
de fieles y sacerdotes. No ha sido un acto premeditado sino más bien
impulsivo (como mucho de lo que hago); sobre lo cual, obviamente, la
honradez me obliga a asumir siempre las consecuencias.
Pero bien, soy esa piedrita incómoda debido a que he sido educada
tanto por mis padres como por el Señor para estar abierta a la realidad
para lo cual ha sido óptimo tener un entrañable amor por la verdad pero
también una despreocupación total por quedar en ridículo y una inmunidad
casi alienígena hacia cualquier índole de desprecio. A eso se le añade
el que, una vez convencida de algo es muy pero muy difícil hacerme
guardar silencio, lo cual me convierte no solo en una pequeña y a la
vez, descomunalmente incómoda, piedrita en el zapato.
Todo esto para llegar al punto en el que, como el Papa, debo reconocer que estoy preocupada por el aumento de comunidades religiosas en mi continente dedicadas a capturar católicos desilusionados como yo.
Así es, muchas cosas me desilusionan: en primer lugar me desilusiono
de mi misma por causa de mi pecado pero también por la escasísima,
llegando a casi nula, disposición de gran cantidad de católicos para
adherirse libremente a Cristo en su Iglesia.
Es un hecho, si alguien desilusionado pero sincero como yo se alejara
de la Iglesia no sería por cuestiones dogmáticas ni teológicas sino
porque, sencillamente, en las comunidades parroquiales no se
encuentra satisfacción a lo más profundos anhelos de comunión que yacen
en el corazón humano y eso, no es más que la consecuencia de errores metodológicos,
tal cual ha mencionado el Papa; dicho de otro modo: esa carambada de
“lo pastoral” parece ser un aparatejo sumamente inefectivo e ineficiente
cuando carece de un sólido fundamento teológico-doctrinal, cosa que es,
regularmente, lo que sucede.
Pero bien, antes de continuar debo aclarar que cuando hablo de
comunión, no estoy hablando de la auto-complacencia que nace de esa
algarabía plagada de idealismo romanticón alrededor de un cura
carismático quien cantando el “Tatum ergo” a ritmo de merengue eleva
sobre las multitudes danzantes al Santísimo pidiendo aplausos. No. Hablo
de almas que, habiendo tenido un encuentro personal con el Resucitado,
establecen sólidos y, de paso, muy discretos y silenciosos vínculos que
los trascienden.
Esa comunión, que es la verdadera, poco se encuentra en las parroquias pero mucho en esos otros grupos religiosos
los que, a pesar de estar plagados de errores teológicos y doctrinales,
dan satisfacción a una vivencia de la fe que corresponde al corazón
humano.
La pésima experiencia diocesana que he tenido, en resumen, ha sido
porque la sed de Belleza, Bondad y Verdad que me consume no ha hallado
satisfacción allí; sin embargo, buena parte de ella se ha visto
satisfacida en los vínculos forjados a través de las redes sociales los
que, felizmente, el Señor ha permitido materializarse por medio del
contacto personal (dentro de muy concretas actividades eclesiales,
privadas y civiles) con personas como Lorca, Judith, María José, Ana,
Christopher, Xyomara, John, Rafael, las hermanas Roldán, Luis y
tantísimos otros católicos sinceros provenientes de diferentes diócesis
quienes hemos construido una comunidad virtual con raigambre en lo real
que nos nutre y trasciende.
Esto no habría sido posible si no tuviésemos un corazón sincero y
amante de la verdad, pero tampoco si previo no hubiese habido un
encuentro personal con el Resucitado; cosa que, obviamente, no acaeció
en una pachanga parroquial, sino muy discretamente en lo más profundo de
nuestro corazón.
Ese contacto trascendental que se expresa en una intensa vivencia de
fe y, a pesar de que mi desilusión acerca de las personas de Iglesia es
enorme, ha sido con lo que el Señor me ha salvaguardado de andar
buscando satisfacciones externas en grupos parroquiales o, lo que sería
peor, en grupos no católicos de esos que menciona el Papa.
Cierto, cargo encima una gran desilusión que ha mutado a piedrita en
el zapato, sin embargo, dada la crisis, es preferible asumir ese papel
ya que la realidad demuestra que católicos como yo somos no solamente
útiles sino necesarios, además queridos tanto como entrañablemente
amados.
Bendito Dios.