El Señor me ha deparado una gracia muy grande como es estar
experimentando la maternidad a los 52 años a través de los cuidados que
demanda la edad y la salud de mi padre.
Qué puedo añadir a eso? Poco, en realidad, pero significativo para
cualquier hija que se sabe amada en primera instancia por su padre Dios.
Primero que todo puntualizar algo espectacular que le ha sucedido a
papá: tras su cirugía y verse incapacitado para llevar su vida como
acostumbraba no solo su calidad de vida ha mejorado enormemente debido a
las exigencias médicas prescritas para su recuperación sino que está de
un ánimo fabuloso, mucho más lúcido, con mayor entusiasmo por vivir y
con una fenomenal disposición para adaptarse a las circunstancias. Mi
hermana y yo lo conversamos esta mañana maravilladas por esos cambios.
He de admitir que tras el accidente y durante unas tres o cuatro
semanas después de la cirugía la tuvimos cuesta arriba, fue
verdaderamente duro tanto para el como para nosotros, pero todo ha ido
mejorando. Gracias a Dios.
El caso es que, al lado de esos cambios, lo que me maravilla es estar
experimentando varias de las emociones y responsabilidades propias de
la maternidad.
El día en que presencié sus primeros pasos tras el accidente me
alegré tal como podría alegrarse una madre con su crío. Sentí ternura,
regocijo y esperanza. Fue sublime ese momento.
Más adelante, me ha resultado interesantísimo lo que experimento al
ayudarle en su higiene personal, en asistirlo con los medicamentos, en
su alimentación, en su terapia; en fin, en todo lo que concierne a
acompañarle durante la última etapa de su vida.
Como mujer soltera y sin hijos, que el Señor me esté regalando, al
menos en algunos aspectos, la experiencia de la maternidad, no tiene
precio.
Me permita el Señor acompañarle de este modo por muchos años.