22 de enero de 2013

Reírse de uno mismo

Me ha mandado un comentarista reírme de mi misma y, la verdad, me parece una recomendación fantástica.

Claro, para gente como yo, que necesita tenerlo todo bajo control, que lo manden a reír de sí mismo, podría resultar chocante y hasta ofensivo, pero no es ese hoy el caso.

No lo es, sencillamente, porque me descubro mucho menos obsesiva por el control que años atrás.
No digo que me he perfeccionado sino solo que he mejorado. Y ahí está la gracia del asunto. 

Qué es lo que ha pasado?

Lo que pasó fue lo que sucedió a mi hermano hace poco. 

Resulta que, por motivos de negocios, depende de una persona infinitamente más obsesiva, controladora y agresiva que el. 

“Dios sabe”. Le decía a mi hermana refiriéndome a la situación de mi hermano. “Dios sabe cuál es el remedio a nuestros males y nos los pone a mano”. 

Para mí, el remedio, fue haber dependido de mi hermano en diferentes aspectos; para él lo será esta persona de la que depende.

Sinceramente, fue muy gracioso dedicarle hace unos días tiempo a mi hermano para escucharlo en sus lamentos y consolarlo. 

Casi que no podía evitar reír en su cara ya que me veía “pintada” en su estupor, indignación, frustración y enfado. Tan así fue que pude ofrecerle varios remedios para su relación con esa persona a los que reaccionaba preguntándome incrédulo: - “En serio es así? Esa debe ser mi reacción?, pero, no es así como reacciona usted conmigo?” 

“¡Claro, así es!”, le dije sonriendo y el me sonrió de vuelta. Luego nos carcajeamos. 

Me parece que comprendió perfectamente. 

Es muy gracioso, en realidad, nos pasamos la vida deseando ser santos sin mayores resultados y es, en primer lugar, porque en la forma habitual que nos hacen reaccionar a diferentes estímulos nuestras heridas afectivas y emocionales, no dejamos espacio a la la Gracia pero, en segundo lugar, porque, ofreciéndosenos el remedio en las personas que nos desagradan, nos enfadan, nos lastiman, nos resultan chocantes o lo que sea que nos provocan, no advertimos en ellas la mano amorosa de Dios.

Qué nos haría falta para advertirla? 

Pues, primero, después de cada traspié: reconocer con humildad nuestras heridas. Segundo, reconocernos de Dios amados de forma absoluta e incondicional. Tercero, abrirnos también con humildad a la realidad en todos sus matices y, cuarto, ante ella darle oportunidad a la Gracia para transformarnos. 

Esto es lo que voy aprendiendo en mi camino de conversión. 

Así es como he aprendido a reír de mi misma.

Espero les sirva.
Feliz día.

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