“Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión… “
(Sal 136)
Cuando rezo este salmo me entra ganas de llorar ya que tengo muy claro
el que, mientras exista, compartiré esa nostalgia con el pueblo elegido
en el exilio.
“¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!” se
preguntaban aquellas gentes que lo habían perdido todo, que se
encontraban a si mismos impotentes y solos, lejos
de la protección de la Ciudad Santa y de su templo. Lejos de Yahvé.
No era lo suyo como para haber caído en la más severa tristeza y depresión?
Pues claro! Y, encima, que sus opresores les invitaran a cantar para
divertirlos! No tiene nombre! Hasta se me hace un nudo en el cogote de
solo pensarlo!
En fin, cada vez que rezo este salmo quiero llorar y de hecho, lloré o
más bien gemí, un día de estos cuando al retirarme a un momento de
silencio, se me vino encima la abrumadora realidad física, emocional,
espiritual, financiera, familiar que estoy atravesando y que no parece
tener fin ya que cada día aparece una nueva situación que me aterra pero
la que, al final de cuentas, me hace caer en la cuenta de que sin la fe
que Dios ha puesto en mi y sin su Gracia, me sentiría sola e impotente,
exilada y sin esperanza; quizá, como un descreído más.
Llorando le decía al Señor: “Tienen razón, mi Dios. Tienen razón los
que te reclaman en nosotros cuando desesperados se ven solos e
impotentes ante la vida ya que –por momentos- no parece ésta sino el
cúmulo de una infinita variedad y cantidad de injusticias que se nos
viene encima. Cuánta razón tienen al esperar de Ti la solución”
Por eso digo que yo, sin fe y sin la Gracia, muy fácilmente estaría
con el Señor amargamente resentida; aunque, por momentos, no duden que
lo estoy. Lo estoy y se lo reclamo pero no basta que termine de hablar,
de verme clamando hundida en la humillación y la impotencia, para que
su Gracia me devuelva la alegría de la esperanza.
“Y, usted”, se preguntaran, “¿para qué cuenta estas cosas?”
Pues nada, las cuento porque me parece que no soy la única que podría
estar con nostalgia de Sión llorando junto a los canales de Babilonia.
Por lo que, si no lo soy, algunos de ustedes podrían ponerse a cantar conmigo para que, como una sola voz, coloquemos a Jerusalén en la cumbre de nuestra alegría.
Yo, es que -para empezar- por ningún motivo pediría que se me pegara la lengua al paladar.
¡Prefiero cantar!