Quisiera abrir mi blog a publicaciones de diferentes personas en sus reacciones sobre la dimisión del Papa.
A través de los medios usuales y de los blogs nos llegan algunas pero
también otras a través de vías menos masivas como son los perfiles de
facebook pero tan hermosamente construidas que sería un desperdicio no
darlas a conocer.
La última entrada la dediqué a lo que compartió de si mismo el padre Javier Leoz Ventura, sacerdote español.
Hoy, deseo entregarles una porción de lo que de si mismo compartió Andrés Esteban López Ruiz, un joven seminarista mexicano muy cercano al sacerdocio quien pertenece a la Sociedad de Cruzados de Cristo Rey con quien me une entrañable fraternal afecto.
Al final del texto de Andrés los remito mediante enlace a la reacción de un joven de 23 años llamado Daniel que tituló “Siempre renuncias, Benedicto!” la que espero también les llene de regocijo.
Hoy, deseo entregarles una porción de lo que de si mismo compartió Andrés Esteban López Ruiz, un joven seminarista mexicano muy cercano al sacerdocio quien pertenece a la Sociedad de Cruzados de Cristo Rey con quien me une entrañable fraternal afecto.
Al final del texto de Andrés los remito mediante enlace a la reacción de un joven de 23 años llamado Daniel que tituló “Siempre renuncias, Benedicto!” la que espero también les llene de regocijo.
¿Quo Vadis Domine?
Han pasado varias horas desde que recibimos la noticia. Ahora con más
serenidad y después de haber dedicado un tiempo prudente a la oración
quiero compartir algunas reflexiones.
En primer lugar quiero compartirles cómo fue que recibí la noticia de
la renuncia del Santo Padre Benedicto XVI. No lo he de negar, la recibí
con una tristeza profunda. Debo decir que me partió el corazón. Sin
embargo, la tristeza no tiene la última palabra. La tristeza es una
pasión natural en el hombre que se suscita ante la pérdida o la ausencia
de un bien. En principio, no somos responsables de la pasión sino del
dominio que ejercemos sobre ella a través de la voluntad dirigida por la
razón. En nuestro caso la misma voluntad es perfeccionada por la
caridad y la misma razón que la rige es perfeccionada por la fe. De modo
que ante la presencia de aquella tristeza me encontraba llamado a una
mirada más profunda y a una respuesta más generosa.
Nos podríamos preguntar las razones de aquella tristeza y me parece
que las respuestas son evidentes. En lo personal he llegado a tenerle un
gran cariño al Santo Padre Benedicto XVI y una devoción filial. Es un
hombre sumamente profundo y un gran maestro. Puedo decir que en cierto
sentido, ha sido maestro de mi vocación. Ha sido el papa que me ha
acompañado desde aquel Agosto del 2005 cuando decidí iniciar mi proceso
de formación sacerdotal. Así, me ha enseñado no sólo a ser cristiano
sino también a prepararme para el sacerdocio, y me ha dado un ejemplo
digno de sacerdocio pleno y bello. El pensar en su renuncia nos pone
ante la noticia del fin de su ministerio. Este hecho es sin duda algo
doloroso desde cualquier punto de vista y por una razón muy sencilla: su
persona es insustituible. Su ministerio ha sido un don para la Iglesia,
único como él y naturalmente duele ver que haya llegado a su fin.
De modo que hay un dolor razonable. Me parece que no soy el único que
ha experimentado este dolor en mayor o menor medida. Pero no basta
comprender la razonabilidad de la pasión sino que hemos de ser capaces
de comprenderla, y no sólo a ella, sino a todo el acontecimiento desde
la mirada profunda que nos da la fe sobrenatural. Nosotros “sabemos bien
en quien hemos puesto nuestra esperanza”. Nuestro Señor y Salvador
Jesucristo + nos ha redimido en el dolor con gran amor. Cuando el dolor,
cuando el sacrificio externo e interno del sufrimiento es signo u
ocasión de la manifestación de una realidad superior, el amor, la
donación amorosa, entonces, la tristeza se convierte en dicha, el dolor
se hace salvación.
¿Qué quiero decir con esto? Pues varias cosas. En primer lugar que la
tristeza que naturalmente experimentamos ante la renuncia del santo
Padre, no es otra cosa que la expresión de nuestro amor al sucesor de
Pedro, Benedicto XVI. Pero en segundo lugar, quiero decir que la
renuncia misma es un acontecimiento doloroso no sólo para nosotros sino
también para el Santo Padre: es su cruz. El papa ha renunciado por amor a
la Iglesia, y lo ha hecho no con poco sufrimiento. Así, el papa ha
abrazado la cruz que Dios le ofrecía. El papa nos ha dicho que ha orado
mucho sobre esta decisión y ha actuado en conciencia de lo que el
considera mejor para la Iglesia a pesar de todo el sufrimiento que le
causaría. No ha antepuesto nada a lo que en conciencia ha discernido
como la voluntad de Dios. ¿Quién podría negar que su renuncia es un acto
de amor al ministerio petrino y a toda la iglesia? Ahora, más que en
ninguno otro momento se ha negado a sí mismo y ha tomado la cruz.¿Cuál
cruz? La que Dios le ofreció en su vida interior, una cruz única, sólo
suya, distinta a la la mayoría de sus predecesores.
Y esto es lo que debemos hacer sus hijos. El papa nunca hizo alarde
de su categoría de soberano pontífice al contrario siempre actuó como el
siervo de los siervos. Ahora, su testimonio ha llegado hasta el
extremo, el humilde siervo de la viña del Señor, no actúa como quien
merece algo sino como siervo inútil. Pero aquí la paradoja de Dios: el
que se declara siervo es declarado por Dios “amigo”. El que se humilla
será enaltecido. Él ahora dedicado a la plegaría es grano puesto en
tierra. Y nosotros debemos de aceptar con amor su sacrificio aunque nos
duela. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.
¡Y cosecharemos entre cantares! Los frutos de un ministerio admirable
y de un testimonio inquebrantable se dejarán ver prontamente. El digno
sucesor del apóstol Pedro que ni las peores tempestades hicieron vacilar
ha mantenido a la Iglesia firme en la fe, activa en la caridad y
fortalecida en la esperanza. Su último acto de gobierno es su renuncia.
Con la potestad petrina, con la autoridad del vicario de Cristo toma una
decisión que refleja nuevamente su fe profunda y su esperanza sólida en
el supremo pastor de la Iglesia Jesucristo Nuestro Señor.
Esta es quizá su última enseñanza, el Papa Benedicto XVI nuevamente
nos enseña a vivir de la fe en el Hijo de Dios que gobierna a la Iglesia
a través del Espíritu Santo. Nos enseña a confiar en el Señor de la
Historia que está presente en la Iglesia en todo momento y no la
abandonará jamás. Es significativo que ha renunciado pocos días antes de
la cuaresma de modo que nos ha invitado también a la oración y a la
penitencia por nuestra propia conversión, por la Iglesia y por los
señores cardenales.
Así nos prepararemos en tiempo penitencial para vivir con mucha
seriedad el acontecimiento eclesial que significa el cónclave y poder
celebrar los sagrados misterios de la redención y vivir la alegría de la
pascua en la tranquilidad y la paz del cayado de quien será el sucesor
de Benedicto XVI. Es significativo, también, que al celebrar el 50
aniversario del CVII, un concilio que inició con un papa y culminó con
otro, vivamos el año de la fe, año que ha iniciado con un papa y que
terminará con otro. Todos estos signos nos llenan de esperanza y son
ciertamente un consuelo para el porvenir.
He dicho que su persona en el ejercicio del ministerio petrino es
insustituible y esto nos duele. Pero al mismo tiempo hay que afirmar que
la Iglesia fundada misteriosamente en la sucesión ininterrumpida de los
apóstoles es convocada y fortalecida por Dios de manera diferente en
los distintos momentos de la historia. Cristo mismo embellece a su
esposa y la enriquece suscitando la ofrenda generosa de personas santas
consagradas al servicio de sus hermanos. Vendrá un nuevo don. El
cenáculo apostólico, el colegio cardenalicio, iluminado con la luz de
Cristo ofrendará prontamente un nuevo don para la Iglesia con la fuerza
del espíritu para gloria del Padre y salvación de las almas.
“¿Quo vadis Domine?” Dice una historia antigua que fueron las
palabras que dirigió el apóstol Pedro ante la sorpresiva aparición de
Nuestro Señor Jesucristo en aquella colina romana. La respuesta de Jesús
no deja de ser sorpresiva: “voy a Roma a morir por ti nuevamente, ya
que tu no quieres morir por mi”. Morir por Cristo es la exigencia de
Jesús a Pedro. Y podríamos decir que es la exigencia de Jesús a todos
los que quieran ser sus discípulos: “el que quiera venir en pos de mí
que tome su cruz y me siga” La cruz significa la muerte y el amor total.
Y esto es precisamente lo que el papa ha querido. El papa no dejará
Roma, se inmolará en el fuego de la plegaria y de la oración y se
preparará para su muerte con amor. Al contrario de lo que algunos
piensan, el papa no ha recibido ni recibirá estas palabras. Él, más
bien, consciente de que ha llegado “su hora” ha decidido beber el cáliz
amargo y consumar la ofrenda sacerdotal que ha hecho de su vida con la
fragancia de la vida contemplativa y la oración de intercesión que serán
sus últimas coronas. Ahí abraza la cruz el hombre de Dios … y nosotros
damos testimonio de que lo hace con amor: “sus obras lo acompañan”. Él
quien siempre nos ha hablado “como quien tiene autoridad” nos da la
última “cátedra” sobre cualquier “ministerio” en la vida de la Iglesia,
no sólo porque ha sido un “siervo bueno y fiel” ni tampoco sólo porque
“no ha querido ningún privilegio” sino sobre todo porque su vida misma
ha sido y seguirá siendo una ofrenda para la Iglesia, una hostia, una
oblación: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir, y
a dar su vida como rescate por muchos”
“Siempre renuncias, Benedicto!” por Daniel