10 de diciembre de 2011

¡Ay, Señor! ¡Cuanto me he reído! (con lo de las píldoras para las castas)

¡Ay, Señor! ¡Cuanto me he reído!

Estos investigadores y fabricantes ya no saben qué inventar! Ahora resulta que el “alto precio de la castidad” es pagar con ganarse un cáncer y que la solución urgente para tantas mujeres castas, la gran mayoría monjas, será sus benditas píldoras

No se cuándo ha salido la noticia y si he llegado tarde para hablar de ella, la cosa es que me ha llegado el día de hoy por correo, por lo que –cuando se me pasó la asfixia de tanto que me he reído- no tuve más remedio que venir a comentarla.

Ustedes me dirán, pero no es cosa por demás ridícula y absurda, que se le pida a la Iglesia que atragante a sus monjitas con esas píldoras para arrancarlas del eventual sufrimiento y muerte por cualquiera de esos temibles cánceres que les anuncian?

Es que, hasta tal punto desconocen de qué va ser mujer y monja, la oración, el trabajo pero sobre todo la castidad? Ni qué digamos si tendrán idea de qué va la Gracia! Será que hasta tal punto ni siquiera se preguntan por qué ha de ser que las monjas no cambian su vida por otra cosa? Cánceres anunciados y todo!

Pues queda visto, no saben nada, nadita de nada. Y, ni tampoco se lo preguntan. ¡Típico en estos casos!. 

Precisamente le decía a mi amiga Lorca uno de estos días conversando sobre el tema de la Gracia recibida en la oración, el sacrificio, el trabajo y creo que de paso de la castidad ya que ambas amigas solteras somos castas. 

Pues le decía que ahora consigo comprender por qué razón las monjitas, sobre todo las contemplativas, rara vez abandonan esa vida que para la mayoría del género humano es inhumana. Que lo entendía justamente por la Gracia recibida que es más valiosa que toda la salud del mundo empaquetada en seda y sujeta con hilos de oro.

Qué bien que le vendría a cualquiera de esos científicos y farmacéuticos que ahora encuentran una potencial fuente de ingresos en los conventos del todo el mundo, qué bien que les vendría un solo año de vida en un convento; no mas para que probaran de primera mano los efectos de la Gracia que ahí se respira, del cielo que ahí se anuncia, de la alegría, gozo y de la fortaleza que, no obstante castas y enfermas, es Dios quien la da lo que jamás podría hacer ninguna pildorita. 

Ni las monjitas ni yo, soltera y casta, creo que tampoco Lorca, estaríamos dispuestas por temor al sufrimiento de un cáncer, tomar las benditas pildoritas, mucho menos cambiar la vida que llevamos sin recibir lo que recibimos del Señor, que es lo más gustoso, consistente y verdadero que jamás podríamos haber conocido en esta vida.

Y, ciertamente, mucho más saludable que todas las pildoritas de este mundo!

Queda dicho!. Que se atengan!. Que no solo las monjitas han protestado!

Y, además, que no solo ellas se niegan a tomar las benditas pildoritas!

¡Ay, por amor a Dios! Si curadas de dolores, padecimientos y achaques ya de por si estamos por mujeres sin necesidad de ser castas. ¿Y creen que pueden venirnos a las castas con ese cuento? 

¡Cielos, que me parto de la risa de nuevo!

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