24 de diciembre de 2011

Tal como en la gruta de Belén y en aquél pesebre

Me gusta pensar que la buena voluntad que vaga por el aire en esta época es real y que además es don del Señor ofrecido tanto a las almas que le aman como a las que le buscan aún a tientas.

Porque me van decir que por la Navidad hasta el más gruñón y más altanero de los hombres no se siente movido a bajar de su pedestal y participar de la Belleza y la Bondad que por el aire se respira? 

Es cosa curiosa esta conducta, este cambio de actitud, la verdad. Lo noto y no deja de asombrarme. 

Cierto, uno se puede explicar fácilmente esta conducta en un alma como la de san Francisco cuando quiso celebrar su Navidad en Greccio

Varios testimonios nos narran la génesis de su iniciativa, la forma en que la dispuso, la pasión, dulzura y emoción con que la celebró. Uno se lo explica de un alma como la suya; pero, cómo explicárselo de almas no así colmadas del amor a Dios? 

Pues no, uno no se lo explica pero el caso es que la conducta de los hombres por esta época cambia, lo cual es algo bueno; es casi, como una probadita de cielo, un poco como si la Liturgia saliera al mundo a desparramar la Gracia. 

Es como si, literalmente, la Misericordia se instalara en ese rinconcito en cada alma, aquél lugarcito ínfimo y mísero pero sagrado como es el de nuestra conciencia, para que -tal como en la gruta de Belén y en aquél pesebre- bañarnos con la Belleza de su luz, la dulzura de su Bondad y lo cierto de su Verdad.

Se que el Señor es capaz de hacer algo así y me gusta pensar que los hombres, aunque sea por un corto período de tiempo y casi como uno solo, líbremente abrimos de par en par la puerta al Misterio en su amor infinito para que la vez lo repartamos a manos llenas.

Me gusta pensar que la Misericordia desparramada como la Liturgia por el mundo es lo que pudo haber movido a aquél desconocido que ofreció la gruta de Belén aquella noche de angustia y desconcierto en que José no hallaba un lugar para que la Madre reposara y diera a luz a su Hijo. La misma que movió a los pastorcitos a echar a andar para ver al Niño y la que desde tiempo atrás había movido hacia el mismo destino a los Reyes Magos. 

Todos aquellos que, aún sin estar muy claros de lo que sucede, así como nosotros que tenemos un poco de mayor claridad, somos esos pastorcitos, somos esos reyes magos, abiertos a una realidad que nos sobrepasa pero a la que, sin embargo, le permitimos hacernos echar a andar hacia el encuentro con el Amor.

El caso es que uno ve en las personas transformación asombrosa por esta época de la cual no queda más que dar gloria a Dios.


Para todos aquellos de ustedes que han dejado impregnar su conciencia de lo inexplicable del Misterio. ¡Feliz Navidad!


Y para los que todavía no, pues ¡anden!, ¡qué esperan!.

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