8 de diciembre de 2011

¡Me gusta tu corazón!

Había una mujer temible, muy pero muy temible, tan temible como yo. 

Era, no obstante, una mujer que amaba y servía a Dios. Una mujer quien, a pesar de lo temible que era, amaba a su prójimo y le servía.

Un día, se enfermó y no le daban trabajo por culpa de su enfermedad. 

Fue como entonces tuvo una gran idea: tomó la herencia que le había dejado su madre y la invirtió en un negocio en el cual, uno de aquellos a los que tanto amaba y que nombró su administrador, la hizo perder todo lo que tenía.

Sin embargo, la mujer temible, no se desanimó.

Otro día, tuvo una gran idea para servir a Dios pero uno de aquellos a los que tanto amaba se apropió de ella, sacándola adelante pero de pasó arrebatándole su buena fama ante los hombres, pero no ante Dios. 

La mujer temible, lo sabía, por lo mismo tampoco se desanimó.

En una nueva ocasión, tuvo otra gran idea para servir a Dios, pero debido a la fama que se había ganado, uno de aquellos a los que tanto ama debió pedirle que se hiciera a un lado para no perjudicar aquella grandiosa idea que se le había ocurrido.

La mujer temible, se retiró. Regresó a su casa, sola y en silencio; por supuesto, ahora, un poco desanimada.

Lo triste de la historia no es que la mujer se haya desanimado sino que hoy en día existen algunos de aquellos a los que tanto amaba que se complacen en que se haya debido retirar sola y en silencio sin trabajo, sin dinero, sin sus ideas y sin su buena fama. 

Desconozco el desenlace pero, conociéndola, asumo que de su desanimo también saldrá. 

Y, saldrá, nada más porque se que ama y se sabe amada, por lo que jamás se agotará para ella la fuente de sus ideas para servir a Dios y a aquellos a los que tanto ama.

Siendo esto así, dinero y fama, pues vaya, ¿a quién le interesan?

Esta, como les digo, es una historia verdadera, la de una mujer muy pero muy temible, tan temible como yo. 

En este tiempo de Adviento, con el telón de fondo de aquella voz que clama en el desierto, allanemos el camino del Señor, animándonos unos a otros a vivir esta espera con corazón abierto, generoso y agradecido. 

Con un corazón que al menos tenga alguna semejanza con el de esta temible mujer.

Claro, ahora entiendo su expresión de desconcierto cuando uno de aquellos a los que tanto ama, recientemente, le dijo: ¡Me gusta tu corazón!

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