Parece mentira que aún dentro de un proceso de duelo existan peligros
para la unidad de cuerpo/alma que somos de los que debamos cuidarnos
para salir airosos por mera gracia de Dios.
Porque es el Señor el que nos restituye, no hay que darle mucha
vuelta para confirmar que es así ya que, para el ser humano lo que
implique separación y abandono puede llegar a constituir profundas
heridas difíciles de sanar.
No hace falta más que mirar alrededor a tantos como, tras una
pérdida o abandono, llegan a ser personas tristes, resentidas, amargadas
de quienes parece que la alegría ha huido para siempre así como huyen
de ellos los parientes, vecinos, amigos y hasta el tendero que con
paciencia y resignación los atiende imposibilitado como está de huir.
La cosa es esa, existen peligros dentro del duelo que se deben
reconocer y aceptar para poder estar en posibilidad de retomar la vida,
para que la gracia tenga la oportunidad de robustecer la alegría y la
esperanza, para vivir en paz consigo mismo, con Dios y con el prójimo.
Qué clase de peligros?
Claro, siendo la negación la primera etapa del duelo, podría caerse
en un activismo desenfrenado o, por el contrario, en aislamiento que
tampoco resulta de beneficio para nadie ya que de él es que se alimentan
la ira, el resentimiento, la envidia los que tarde o temprano pasan la
factura, regularmente, haciéndonos caer en la enfermedad de la
depresión.
Por supuesto, no hace falta mencionar que para salir de un duelo se
necesita un “trabajo” intenso que consiste en observarse, decirse la
verdad y ponerse en manos de Dios.
Situados ante el duelo de ese modo y una vez que reconoces que la
vida te pesa como un elefante, notas síntomas físicos de angustia y te
encuentras sin esperanza, debes primero aceptar que te sientes así pero
también disponerte a saltar fuera de ese vacío infinito como si del
mismísimo infierno se tratase.
De qué manera? Orando. Si no se puede orar, pues sales de ahí
rezando, visitando al Santísimo, pidiéndole al Señor que te salve ya que
El escucha. Eso lo primero. Lo segundo sería buscar ayuda de un
psicólogo católico, por lo menos, y si es necesario, también de un
médico ya que bajo esas condiciones el cuerpo cambia su balance químico
por lo que algún medicamento sencillo podría ayudar.
El otro peligro es la auto-conmiseración. El tenerse lástima como si
nadie en el mundo estuviera pasando por algo semejante. De ahí es que
brota la envidia. El remedio para esto es abrir los ojos y mirar
alrededor. Eso no más.
Un peligro más sería el resentimiento hacia aquellos que juzgas no
hicieron lo que debían o, al contrario, hicieron lo que no debían.
Ponerse en un duelo a juzgar a los demás no sirve para nada más que para
envenenar el alma y perder la poca paz que se conserva.
Del resentimiento se debe huir como de la peste. Cómo? Adhiriéndose completamente a la certeza de que no se mueve nada si no es por voluntad de Dios. Con esa convicción fortalecida por la gracia el perdón sobreabunda y se conserva la salud de las emociones y del alma.
Del resentimiento se debe huir como de la peste. Cómo? Adhiriéndose completamente a la certeza de que no se mueve nada si no es por voluntad de Dios. Con esa convicción fortalecida por la gracia el perdón sobreabunda y se conserva la salud de las emociones y del alma.
Otro de los peligros es el de culparse. Puede ser que a algunos los
abrumase la culpa por lo que convendría buscar la salud de tantas formas
como se nos ofrece.
Muchos peligros existen durante el duelo que lo convierten en un desafío.
El mero hecho de tomárselo de ese modo es camino para la salud ya que abre la puerta a la esperanza al permitirle a la vida que se imponga con lo maravillosa que ella es; con lo fenomenal que es descubrir la calidad del material del que estamos hechos así como el infinito poder de la gracia pero también el sentido que creer en Cristo ofrece a la vida y a la muerte.
El mero hecho de tomárselo de ese modo es camino para la salud ya que abre la puerta a la esperanza al permitirle a la vida que se imponga con lo maravillosa que ella es; con lo fenomenal que es descubrir la calidad del material del que estamos hechos así como el infinito poder de la gracia pero también el sentido que creer en Cristo ofrece a la vida y a la muerte.