31 de octubre de 2013

¿Huyendo de la Pasión y de su desenlace en el Gólgota?

Durante este año en que la vida se me vuelto del derecho al revés he aprendido cuestiones fundamentales para vivir las que he ido asimilando diligentemente como quien sabe que no vivirá mucho.
Con esto quiero decir que cada fibra de mi ser ha estado puesta en ello.
Lo que, hasta recientemente, no tenía muy claro era si ha sido esto un acto de mi voluntad o una gracia pero, por lo que también he aprendido sobre la gracia y de lo que ahora estoy segura es que más bien, si mi voluntad ha sido movida a vivir con esperanza y en primera persona meses de sufrimiento y de zozobra financiera, ha sido por gracia.
Así la cosa, de todo, ha sido la gracia el mayor descubrimiento y, con ella, el Señor como presencia real en cada aspecto de mi vida y de mi ser. Tan palpable como la Suya en el Sagrario.
Echando la mirada atrás recuerdo que, durante la agonía de papá, empecé a recibir luces sobre este asunto.
Hubo ocasiones en que, aunados al dolor y el temor, había una paz y un consuelo tan enorme que el alma parecía no caberme en el cuerpo hasta el punto en que me faltaba la respiración; era como si me la succionaran para conducirla a mejor lugar y yo me resistiera.
Tras la muerte de papá, recuerdo que comprendí aún mejor lo que me estaba sucediendo; tal como la vez que –durante el llanto- me sentí movida a rezar la Salve.
La iba diciendo en voz tenue y entrecortada por el llanto y, para la cuando terminé, supe que esa oración fue –probablemente- escrita por alguien mientras pasaba por un grandísimo sufrimiento.

La Salve contiene en sus palabras dichas en voz alta todo lo que una persona que sufre necesita para recibir del cielo su auxilio y quedar reconfortada. Hagan la prueba un día en que estén sufriendo infinitamente.
De una en otra experiencia como la anteriormente descrita se me ha ido educando a tal punto que, cuando han habido episodios de no-sufrimiento, me quedan las ganas de regresar a aquél estado de pequeñez, fragilidad y vulnerabilidad para no perder nunca de vista, por la distracción de lo cotidiano, el hallazgo de haber reconocido al Señor como quien me plenifica.
En ese sentido, pienso ahora que la narración de la Transfiguración tiende a confundirnos como a Pedro quien, en aquél momento pensó que la gloriosa presencia del Altísimo era lo que merecían o necesitaban en esta vida; sin embargo, Pedro se equivocaba, lo que no comprendió sino mucho tiempo después cuando hubo de haber analizado el papel de María y las mujeres durante la Pasión y su desenlace en el Gólgota.
Si, así es, mientras el pobre huía desconcertado de aquél terribilísimo sufrimiento.
Esa cercanía del Señor en la persona de quien sufre, sea nuestro prójimo o nosotros mismos, es lo que nos conducirá a la experiencia de la Transfiguración. Eso y nada más.
De acuerdo?

Por lo mismo les dejo el ejercicio de rezar la Salve bañados en lágrimas la próxima vez que sufran infinitamente pero también, recomendarles darse una pasadita por el blog del padre Javier ya que hoy, de buena mañana y yo, pensando en estas cosas, me lo he encontrado y me ha hecho mucho bien.

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