20 de octubre de 2013

Vivir al día

nullEste Año de la Fe ha sido grandioso. Espectacular.
No se cómo ha sido para ustedes pero supongo que no muy diferente al mío ya que desde abril a todos se nos ha “movido el piso”.

Para mí, la enfermedad de papá, la cual se desenvolvió paralelamente a la renuncia de Benedicto y el cónclave cerrando con su muerte, no fue otra cosa que la más grande lección de desasimiento que me haya presentado el Señor jamás.
Verme sin papá, de la belleza, del amor gratuito, absoluto e incondicional, de la seguridad que en todo aspecto su persona ofrecía y a la vez desprenderme de mi amado Benedicto ha sido una especie de caída en el vacío de donde surjo solo por gracia de Dios.
Y, para qué? Para caer en una nueva situación de desvalimiento debido a la insolvencia en la que he caído pero a la vez en el desconcierto que me produjo el acomodo al papa Francisco.
Ya nada parece ofrecerme la seguridad a la que estaba acostumbrada. Ya no hay fuente de ingresos. No hay belleza ni amor que me daba papá de gratis. Tampoco papa Francisco, con lo maravilloso que es, me ofrece lo que considero necesitar.
Qué significa esto?
Puede significar solo una cosa. Significa que debo estar necesitando otra cosa. Significa que, para que me entere, el Señor se me está mostrando de una manera novedosa desafiándome para que tome conciencia de mi pobreza.
Me ha arrebatado todo para que mi libertad encuentre en El su único sostén; por lo que, si mi deseo es hacer su voluntad, tendré que aprender a vivir al día, atenta a cada mínima cosa que me la revele.
Así, de manera simple, sin darle mayores vueltas ya que la realidad no espera. Ante ella se actúa viviendo en el “ahora” ya que pasa el tiempo y con ello la oportunidad de prenderme de su mirada para saber qué debo hacer o sentir, decir o pensar.
Un ejemplo bastante claro de lo que estoy tratando de decir lo encuentro en lo que sucede cuando rezo la liturgia de las horas.
Sucede que, si desde la invocación inicial, rezo zambullida en el “ahora” me encuentro con el Señor quien me acompaña en la oración y a quien puedo, a cada segundo y con todo mi ser, amar, alabar, agradecer y dar mayor gloria.
Sucede en cambio que, cuando el “ahora” no es una prioridad sino que la cabeza se me va o viene de otros asuntos, no consigo ver al Señor por ninguna parte por lo que el rezo se me vuelve una tortura.
Llevemos este ejemplo a mayor escala y notemos que sucede lo mismo en lo cotidiano: dejas de vivir el “ahora” cuando trabajas o estudias y la jornada parece inacabable. Ni siquiera el tiempo de ocio parece tener provecho. Terminas el día –incluso- descorazonado.
Pues bien, a eso voy, este Año de la Fe (no en vano justo el Año de la Fe) nos ha presentado desafíos que nos están complicando la vida y es únicamente porque nos está exigiendo vivir al día para que consigamos encontrarnos con el Señor presente a cada instante.

Tiene sentido lo que digo por lo que, podría ser que la ofuscación de María Magdalena por los mil pensamientos y sentimientos que están ocupando su cabeza, es lo que le impide darse cuenta que aquél que le habla en el sepulcro es el Maestro bañado en gloria. No será posible que, por estar más pendientes de las mil reflexiones provocadas por el desconcierto, es lo que evita que los que van para Emaús lo reconozcan?

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