24 de abril de 2014

La gracia, es causa primera y la voluntad, causa segunda

La existencia de Santo Tomás en tan temprano período del cristianismo me ha llamado siempre la atención ya que, qué sentido tendría que el Señor arrojara tanta comprensión de sus asuntos cuando apenas la Iglesia daba sus primeros pasos?

Qué sentido tendría comprender que la gracia es causa primera y la voluntad causa segunda cuando apenas –siquiera- íbamos obteniendo noción de para qué habíamos sido constituidos?
Cosa rara, no les parece?
Pues, permitan que les diga: tiene sentido, tanto como lo tiene el que papá y mamá digan a su hijito que debe imitarlos en todo para estar en capacidad de desenvolverse con soltura en el mundo.

Claro, Tomás existió para que aprendiéramos los rudimentos de una fe razonada que nos permitiría desenvolvernos con soltura sea cuales fueren las circunstancias históricas.

En nuestro tiempo, en el que los católicos padecemos de un esclavizante antropocentrismo (nos consideramos centro alrededor del cual gira la fe de la Iglesia), qué mejor que Aquino para quebrantar este falso razonamiento?

Así es como, esclavos de nosotros mismos, presentamos síntomas de persona enferma, es decir, o bien poseemos una fe voluntarista (progresistas en sus diversos grados) o un agobiante celo amargo por los asuntos del Altísimo (conservadores en sus diversos grados).

En esta condición deplorable es como pretendemos dar a conocer a Cristo y a su Evangelio?

Estos y muchos otros errores derivados del pelagianismo y semi-pelagianismo al que nos hemos inclinado en adoración constituyen una especie de nubes que son impedimento para que nuestra razón alcance una clara comprensión de Dios, de su creación, de nosotros mismos y de nuestros semejantes.
Si, santo Tomás de Aquino tuvo y siempre tendrá razón de existir, ya fuese para limpiar de nuestra razón los errores de su tiempo o del nuestro en el que existen tantos o más que entonces.
A ver, para empezar, comprendamos del santo que la gracia es causa primera y la voluntad causa segunda.

Sabemos que por más que nos inquietemos no podemos añadir un solo instante a nuestra existencia y que, aunque valemos más que los lirios del campo y las aves del cielo, no hemos llegado a comprender que nos hace falta la confianza que tiene toda la Creación en la Divina Providencia. 

Por lo mismo, admitamos de una vez por todas, que no somos ni podemos nada sino es por gracia. Ni siquiera mover nuestra voluntad para elegir el bien.

Esto nos fue explicado por el Señor en su momento (Lucas 12, 22-31), luego confirmado por Santo Tomás así como por la vida de tantos santos –únicamente- para que deseemos la santidad.
Dice al respecto san Tomás: “Nuestra solicitud mayor debe ser la de los bienes espirituales, con la esperanza de que también tendremos los temporales, conforme a nuestra necesidad, si hacemos lo que es nuestro deber”
Y, cuál es nuestro deber? Nuestro deber es ser santos, es decir, eficaces intercesores.
Comprendido?

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