19 de abril de 2012

Existen refacciones de carne para corazones de piedra




“Oye, tú, en este día no pidas al cielo otra cosa que un corazón de carne”
Maricruz Tasies
 Hoy, Fiesta de la Divina Misericordia también son las vísperas del cumpleaños del Santo Padre y, como si fuera poco, estamos a la expectativa de lo que se resuelva en cuanto a la FSSPX.

Paralelo a estas grandes celebraciones y sucesos que involucran emoción, sentimientos y reflexión están todos aquellos acontecimientos que parecen llamarnos día a día a conversión: unos enfermos, otros cuidando a los enfermos, unos de duelo, otros felices por un nuevo nacimiento, unos perdonando y otros necesitando del perdón.

En lo personal, dos sucesos me han tenido pensando en ciertas cosas: un correo que recibí de parte de un miembro de un grupo que promueve la liturgia en mi país y otro, la denuncia de un sacerdote muy querido que ante su Obispo interpusieron unas monjitas.

En el caso del padre, fíjense que las monjitas se quejaron ante el Obispo de que el padrecito celebra misa en la capilla, confiesa en el confesionario y que elige, antes que los folclóricos, los cantos litúrgicos para las misas del colegio. Pero, qué, es que no quieren a un sacerdote católico entre ellas? 

El mismo tipo de confusión con lo del correo que recibí, el cual es una exhortación a corregirme y en el que, entre otras cosas, demandan de mi pedir perdón a personas y organizaciones, me exigen promesas de buen comportamiento y poner “en orden” a mis amigos.¡Y, yo, pensando que fiel católica venía siendo en relación a la Liturgia! ¡Torpe de mí!

A manera de paréntesis, algo que sobre esa ridícula denuncia del sacerdote remueve mis entrañas es recordar que la semana pasada estaba el padre comentando que viajó en la Patagonia 300km ida y vuelta el mismo día para celebrar Pascua junto a ocho personas. Dijo, además, que por una sola persona y por amor a Dios hubiese hecho el mismo recorrido. Evidentemente, las monjitas ni idea tienen de la calidad de sacerdote que Dios les ha reparado para su colegio, si lo supieran, no se pondrían con semejantes tonterías.

Pues bien, uno se pregunta tanto en el caso del padre como en lo que observo de mi reacción a ese correo, si habrá poder humano capaz de rescatar al alma de padecer (o hacer padecer a otros) semejantes atropellos? No lo hay, lo único que rescata el alma es la Misericordia Divina.

Si tanto el padrecito como yo no hubiésemos sido en nuestro momento el hijo pródigo de la parábola, si no hubiésemos tenido que vérnoslas con nuestra miseria en la necesidad de implorar Misericordia “tal como Cristo nos la ha presentado en la parábola del hijo pródigo” no tendríamos idea de que ésta nos ha sido donada como acontecimiento que “tiene la forma interior del amor [ ]”. (DM, Cap. IV. n. 6)

Es por esa experiencia que, tanto el padrecito como yo así como tantos católicos que -por fieles- llevamos palo, hemos visto nuestra alma rescatada con lo que a la vez hemos sido regalados con un “tal amor (que) es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado”. (DM, Cap. IV. n. 6)

El padrecito y yo podremos hoy celebrar nuestro rescate pero también que nuestra alma es salvaguarda en las mismísimas entrañas de nuestro Padre por lo que ante toda miseria humana estamos listos para inclinarnos y, encima de todo (como si fuera poco), conservar la paz, la confianza y la esperanza.

¡Era cierto, mi´jos! ¡Existen refacciones de carne para corazones de piedra!

Gracias, Padre, por tú gran e infinita Misericordia. (Y, gracias por todo fiel sacerdote, tal como el querido padrecito de la Patagonia)

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