Sospecho que las preguntas que ha lanzado el Papa en la Homilía de la Misa Crismal han sido para todos, no solo para los desobedientes, sino también para los amargados, para los desesperados y también para los faltos de caridad. En síntesis, para todos aquellos buenos católicos (entre los que me incluyo) que no conseguimos, en Cristo ante las circunstancias, dar con la verdad de nosotros mismos.
“Esta es la rebelión fundamental que atraviesa la historia, y la mentira de fondo que desnaturaliza la vida. Cuando el hombre se pone contra Dios…”
Benedicto XVI, Misa de la Cena del Señor, 2012
Porque el Papa comprende, como humano y como padre, las consecuencias de la soberbia, es que en la Homilía de la Misa de la Cena del Señor se ha referido a la experiencia de los discípulos durante la Última Cena: habían cantando junto al Maestro los salmos recordando la humillación de Israel situación que, aquella noche, los preparó para sufrir “la extrema humillación que, sin embargo, era el paso esencial para salir hacia la libertad y la vida nueva”.
El pecado no es vencido, ni se alcanza “libertad y la vida nueva” sino a través de la extrema humillación de la Cruz en la que acompaño al Señor año tras año pero que no parece convertirse nunca en mi propia humillación; por lo que, año tras año, también, el Calvario pasa de mí de largo.
El caso es que el Señor me ama y me quiere humilde, obediente, confiada; para eso me habla directamente, como un padre a su hijo, tal como lo ha hecho el Santo Padre. No es a cualquier otro pecador, se dirige a mí, a quien ama.
Mientras no lo comprenda seguiré, año tras año, pasando de lejos del Calvario hasta día en que se me presente como inevitable y en todo su esplendor.
Ese día, confío en que la Gracia me auxilie a transcurrir por mi Viernes Santo, decidida a tomar el toro por los cuernos, a ver si –finalmente- llego a ver la Resurrección.
Es cosa rara esto de la soberbia: conmueve el pecado en el mundo pero no el propio pecado. Y no conmueve porque no me dejo interpelar en Cristo por las circunstancias ya que considero que no necesito mi “extrema humillación”.
Sospecho que, tras hacerlo, mi única necesidad será el silencio y la oración en compañía del Único que sabe mejor que yo acerca de mis más profundas miserias y debilidades.
Sospecho que ese día comprenderé a qué se refiere el Papa cuando habla acerca “de la alegría de la fe, de la radicalidad de la obediencia, del dinamismo de la esperanza y de la fuerza del amor”.
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