A mis cincuenta y dos años he tenido una experiencia que nunca tuve: un sacerdote me pidió perdón.
Me lo pidió porque tuvimos una conversación sobre liturgia que derivó en que el apreciado sacerdote eligiera hacerlo.
Primero, no le di mayor importancia pero desde entonces me ha rondado su gesto en la cabeza, por lo que, por darle gusto a la curiosidad traté de recordar si ha habido a lo largo de mi vida algún sacerdote que, habiéndome maltratado verbalmente me haya pedido perdón, y no di ni con uno solo más que con éste que me pidió perdón hace unos días.
En todos y cada uno de los casos que vinieron a mi memoria, considerando que quizá también los ofendí recuerdo que busqué la forma de reconciliarme y, si bien siempre tomé la iniciativa, nunca escuché de ellos pedir perdón de vuelta.
No es eso algo singular? Será que los curas no piden perdón?
No me habría llegado a hacer esta pregunta si uno hubiese sido por el único cura que me ha pedido perdón en estos días.
Hay crisis dentro de la Iglesia, se sabe bien que hay mucho pecado; sabemos también que Cristo sufre por sus consagrados y que la Virgen nos implora por ellos oraciones.
Pues bien, creo que haber descubierto esta singularidad en los sacerdotes que conozco, me obliga a atender los sufrimientos de Cristo y las súplicas de Nuestra Señora.
Sepan, padrecitos, que por cada uno de ustedes que me ha maltratado ofreceré la misa a la que asista y también las oraciones en las que los recuerde.
Considérense suertudos ya que olvido rapidísimo las ofensas y se me dado la Gracia de perdonar relativamente pronto y fácilmente, pero también que -como yo- deben haber muchas más personas que los han perdonado, estarán rezando y ofreciendo misas por ustedes.
Por favor, den gracias al Señor por eso; por mi lado, cuenten con que daré gracias por su sacerdocio.