2 de septiembre de 2013

Confiar o desconfiar de Dios

Para mi existen cosas tan fáciles de comprender sobre Dios que he llegado a la conclusión de que debe ser Gracia. Si lo es y provoca que en determinados aspectos comprender sus asuntos sea algo natural es probable que implique el que tendría que ser luz para mis hermanos. Esa es mi sospecha. Ya me dirán si me equivoco.

Ahora bien, uno de esos aspectos ha sido comprender y reconocer mi falta de confianza en Dios. Creer podría ser mucho más fácil que confiar ya que la fe, por un lado es un don y por otro, un acto de adhesión al hecho de su existencia.
Como criaturas, estamos ante las mismas opciones que el demonio quien, tal parece, cree en su existencia pero no confía. Nunca lo ha hecho ni lo hará.
Anoche tuve una conversación de este tipo con un católico:
-Estimado hermano: se le ha metido un ladrón en su casa.
-Cómo que un ladrón? Cuándo? Adónde? Alucina usted!.
-Señor, que lo tiene en su casa. Créame. Desde aquí lo veo.
-Deme pruebas. 
-Las tiene ante sus narices, señor. Cómo que me pide pruebas? No me cree? 
-No, no le creo. Es usted una mentirosa. 
-Bien, cumplo con advertirle. El ladrón está en su casa. 
-Usted está mal, señora, mejor lea la vida de los santos para que aprenda a no mentir y a confiar en Dios.

Este señor, claramente, es un necio o un idiota, pero mejor digamos nada más que es una persona desconfiada.
Ayer por la mañana hice una sencilla pregunta en mi muro de Facebook que decía así: “No entiendo la negativa de muchos buenos sacerdotes al modo extraordinario. ¿Me la podrían explicar? Necesito saberlo para comprender”.
La intención era que los sacerdotes respondieran pero en cambio la mayoría de las respuestas fueron de jóvenes tradicionalistas para quienes la pregunta fue abrir la puerta para que dejaran en evidencia su desconfianza. Ni les cuento en lo que terminó aquello.
Ahora bien, desde que descubrí por la doctrina del pecado original que era tan desconfiada como todos ellos, he venido pidiéndole al Señor una confianza que yo misma jamás podría imaginar. Debo haber sido muy insistente porque me la ha venido dando y, ¡de qué manera! Me la da justamente poniéndome en situaciones muy difíciles en las que no me queda más opción que confiar en El.
Por eso pienso que, tanto el hermano con el que tuve esa conversación absurda probablemente, cuando el Señor le enseñe a confiar, no será de la forma más fácil pero también que los jóvenes tradicionalistas deberán de darse cuenta en algún momento que la realidad les están colocando ante dos opciones: confiar o desconfiar.
Confiar en el Señor cuando advierte sobre el peligro o desconfiar pero, eso sí, hacernos cargo de las consecuencias; tal como debieron hacerlo Adán, Eva y el mismísimo demonio quien permanecerá desconfiado y triste por toda la eternidad.
Son tan fáciles de comprender ciertas cosas que no veo cómo es posible que no se comprendan.

Es Gracia, lo olvidé. Gracia que se recibe porque se puede pedir.

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