21 de septiembre de 2013

Mucho tiene que ver la mirada con el Paraíso

Viviendo en este lugar muchas veces me he preguntado por qué razón mi ánimo y disposición hacia la vida es diferente cuando en estos parajes decide salir el sol de cuando se oculta por días y días. Me siento como “bicho raro” ya que el clima no debería determinar quién soy. Me resulta incomprensible.
Dispuesta a comprender y atenta a la realidad tomé ayer estas fotografías de un amanecer glorioso como pocos puedo ver durante esta época del año.

¡Miren nada más la belleza!.


Las compartí en Facebook y una joven comentó: - “Vivís en un paraíso Maricruz! Y sí, tienes muchas cualidades como fotógrafa”. A lo que respondí: - “Mucho tiene que ver la mirada con el Paraíso”.
Lo que me hizo caer en la cuenta de que esa mirada no la tengo en los días en que no brilla el sol. Y, no la tengo, por la sencilla razón de que no me dispongo a ver belleza en lo que me desagrada como es el cielo nublado, la llovizna y el frío cuando es obvio que aún bajo esas condiciones la belleza existe y el sol brilla aunque yo me resista a apreciar sus beneficios por considerar que “inútilmente” ilumina y calienta “el lado arriba de las nubes” en lugar de a mí.
Será posible que mi ánimo y mi disposición hacia la vida sean los mismos brille o no brille el sol? Debería serlo ya que la naturaleza no determina lo que soy.
Y qué lo determina? En ese sentido me ofreció Rousselot alguna pista: “El amor da ojos para ver: el mismo hecho que se ama hace ver, crea para el sujeto amante un nuevo tipo de evidencia”. La evidencia de mi cuerpo, el que -resistiéndose a lo que le desagrada- me obliga a mirar a lo profundo de mi misma en búsqueda de respuestas.
Es el amor el que da ojos que atraviesan la“opacidad del tiempo”, los días nublados y el ánimo triste. Es el amor el que a despecho de nosotros mismos “logra hacernos entrever la eternidad” en medio de lo que ES y que no podemos cambiar.
Chesterton no se hizo esperar para echar luz sobre el tema: “El punto no es que este mundo (el estado del clima, de mi salud, de la Iglesia, del país, de nuestra familia) es demasiado triste para ser amado o demasiado alegre para no serlo; el punto es que cuando se ama algo, mi alegría es la razón de amarlo y su tristeza la razón de amarlo más”.
Esa es la mirada que obtienen los santos quienes difícilmente han sido “bichos raros” ya que “el santo vive en el mundo, habla de fútbol o de política, se ríe a carcajadas, bebe cerveza con sus amigos y hace deporte con ellos (¡sufre con el clima!) [ ] Pero, además de todo eso, lleva en el pecho una hoguera de Amor que hace que [ ] irradie una paz que transforma el ambiente. Y, cuando llega el momento [ ] sabe pronunciar el nombre de Cristo de tal manera que contagia su pasión por Él. De algún modo, los demás, al tratar al santo, adquieren tres certezas: que es un hombre normal, que es un hombre enamorado y que es una persona digna de confianza. Cuando se dan estas condiciones, Dios hace el resto”.
Dios hará el resto ya que lo Suyo es seguir amando.
Dios hará el resto ya que por Gracia llegaré a apreciar la totalidad y conjunto de Su belleza brille o no brille el sol.
Ya que no es circunstancia alguna la que me determina sino el Amor.


Nota: Este artículo lo he compuesto con lo que el Señor con el amanecer de ayer me hizo apreciar, por lo leído en el blog del padre Javier Sánchez Martínez y en el blog del padre José Fernando Rey-Ballesteros y, por supuesto, con lo que me hicieron reflexionar Chesterton y los otros amigos de Facebook.
Deo omnis gloria!

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