Ayer domingo equivoqué el horario de misas del templo al que asisto y debí salir corriendo para otro lugar para poder escuchar la misa completa. Cuando llegué, por la música y la concurrencia, caí en la cuenta de que se trataba de una “misa para niños”.
El templo, ciertamente, estaba abarrotado de padres, madres, abuelitos y muchos pero muchos niños. El coro los animaba.
Colocando, por esta vez, el aspecto teológico-doctrinal de la Liturgia a un lado quisiera que nos concentráramos únicamente en el aspecto pastoral y práctico de las “misas para niños”. En torno a esto me surgen algunas preguntas:
Qué beneficio pastoral podría traer llegar temprano a una celebración litúrgica en la cual muy pocos parecen estar enterados de lo que está a punto de suceder?
Me atrevo a afirmarlo ya que casi todos hablan, los niños corren, los abuelitos con sus nietos buscan el mejor lugar, habiendo donde sentarse muchos escogen sentarse en las gradas del presbiterio y desde allí con sus bebés que apenas caminan, se ocupan en distraer la impaciencia de los pequeños caminando de un lado para otro con ellos en brazos o ayudándoles a subir y bajar los peldaños.
Qué beneficio pastoral podría traer el que a pocos niños los padres les ponen límites y los dejan acostarse en las bancas, correr de aquí para allá y jugar con los juguetes de los hermanitos, reírse a carcajadas o llegar disfrazados como si de Halloween se tratara?
Por otro lado, es de beneficio pastoral que los padres difícilmente atiendan lo que se está diciendo por estar al tanto de lo que hacen o dejan de hacer sus niños? A varios de ellos los observé angustiadísimos tratando de que alguno de sus hijos guardara la compostura, sacudiendo a algún rebelde o irguiéndolo firmemente para que prestara atención. Sencillamente no veo la necesidad de someter a los padres a un momento tan incómodo y cansado.
Tampoco le encuentro sentido a un coro de niñas que, ciertamente, canta muy bonito pero que lo hacen a un volumen tan alto y vocalizando tan mal que casi ni se les entiende por lo que pocos de los asistentes pueden acompañarlas.
Sentido no le encuentro a que un sacerdote quien, aunque tenga buena disposición para dialogar con niños, realice una actividad para la cual no posee el conocimiento mínimo para saber captar su atención, hacerles preguntas y esperar sus respuestas, ni que digamos de mantener el control de la situación.
Al lado de la formación teológico-pastoral que recibí, fui catequista de niños al tiempo que trabajaba como voluntaria en un proyecto para niños de escasos recursos en edad pre-escolar del Cuerpo de Paz, durante ese período también fui guía en el Museo de los Niños de tal manera que, únicamente por mi sala del museo transcurrían 100 niños por hora diariamente de martes a sábado, de tal forma que -tanto como catequista, maestra o guía del museo- adquirí conocimiento y desarrollé destrezas que me permiten hacer estas apreciaciones.
No me entretengo más en ellas porque creo que dejé clara la idea, pero sobre todo, porque asistiendo a misa en el templo de san Antonio de Padua, a la cual asisten también muchísimos niños, puedo notar que no son necesarias las “misas para niños” si queremos que los niños experimenten y comprendan de qué se trata y para qué es la celebración de la Eucaristía.
No son necesarias estas misas, no tienen una clara finalidad pastoral y -al fin y al cabo- se convierten en un despatarre teológico-doctrinal que es lo único que estamos dejando de herencia a los niños.
Y es que, pónganse en la cabeza de la mayoría de esos pequeños: “si voy misa con la misma disposición y me dejan comportarme igual que cuando voy a casa de mi abuelita o al parque de diversiones, pues qué sentido tiene ir a misa si puedo escoger entre ir donde abuelita o al parque de diversiones?”
¡Luego nos preguntamos en dónde ha sido que nos equivocamos!