3 de julio de 2011

¡Mira que Dios ha sabido hacer bien las cosas!

Mira que Dios ha sabido hacer bien las cosas si para empezar, no ha necesitado crearnos ni listos ni nos ha puesto como condición ser bien educados para que le conozcamos; cualquier “hijo de vecino” está en capacidad de reconocerle y para mí, esa es una de las magníficas obras de Dios por la cual los cielos y la tierra cantan.

Y es que, debía de ser así, porque de lo contrario sería un Dios que discrimina muy opuesto al que su Hijo nos vino a dar a conocer; porque ha venido, su Hijo ha venido a ser uno de nosotros y en los testigos de su paso por este mundo no encontramos nada que le haga culpable de semejante acusación.

En todo caso, podría acusársele de presentarse ante los más pobres y sencillos, de cuidar de las todas las mujeres que se cruzaron por su camino como si de su propia madre se tratase, de amar a los enemigos, de dar de comer al hambriento, de perdonar lo imperdonable; en fin, que –dígase lo que se diga de Cristo y del cristianismo- es un hecho que el ser humano no ha necesitado nunca ser ni listo ni bien educado para reconocer a Dios.

Eso si, parece haber una única condición básica la cual también todos estamos en capacidad de cumplir, la cual es hacer uso de la libertad para reconocer nuestra precariedad y con ello, disponerse con sencillez al influjo de su Gracia.

Claro, y sucede que para cuando nuestra soberbia se inclina a elegir la autosuficiencia ya la Gracia va a leguas de nosotros y esto es fácil de reconocer aún en los niños cuando rechazan la ayuda de sus padres a la hora de comer. 

Y, es que es increíble! Estos “listos” se pasan rechazando a Dios durante toda su vida y, para cuando el caso lo amerita, entonces no les gusta que les digamos “cabeza de spaghetti”.

Uno de estos “cabeza de spaghetti”, dicho sea de paso, fue el Dr. Nathason cuyo testimonio he leído completo hoy y que es el que me llevado a escribir esta entrada al blog.

Pues bien, bromas aparte, la oferta que nos ha hecho Cristo -tal como la que nos hacen nuestros padres en la infancia- es tan sincera, amorosa, y sencilla sin embargo para quienes han “endiosado” a la razón esta opción no representa desafío por lo que con desparpajo la rechazan aduciendo que esté a la altura del innigualable conocimiento que es capaz de alcanzar la mente humana.

Con esta muletilla y, tan poco razonables como pueden ser, se rehúsan a dar crédito a la evidencia que indica que millares y millares de personas no tan listas ni bien educadas a lo largo de la historia han conseguido y consiguen vivir colmados de paz y de alegría.

Pues bien, estando así las cosas y como inevitablemente seguirán estándolo, vengo a señalar únicamente un detalle que he observado en cuanto a la diferencia que existe entre aquellos “sencillos” que compran las “baratijas de la religión” y aquellos “sofisticados” que se vanaglorian del conocimiento adquirido y de su inteligencia (muchos de los cuales ni siquiera son ateos, sino también cristianos).

La única diferencia entre ellos es su madurez humana; así es, una verdad tan cierta como que existo y tan evidente como que hoy ha salido una vez más el sol.

Una persona no lista ni bien educada adherida a la verdad revelada por el Hijo Unigénito de Dios está en mayores posibilidades de alcanzar madurez humana que una que la rechaza por obvia y carente de desafíos.

Es, en verdad cosa rara que Dios haya hecho tan bien las cosas y que, además, éstas sean tan fáciles de entender y que –de paso- conduzcan a algo tan simple como adquirir madurez humana; cosa rara en verdad es si consideramos que tal sencillez se origina en la mente creadora de toda esta maravilla.

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