Desde que incursioné en la web me asombra la cantidad de preguntas que me lanzan personas no creyentes y no solo eso, que las arrojan con una vehemencia que linda en desesperación que en algunos casos me abruman.
Recuerdo una vez que uno de ellos me hizo llegar 100 preguntas sobre Dios y la religión las cuales esperaba le respondiera; por eso le repliqué: -"Pero ¡diay, ñato!, esperas que haga la tarea de la vida por ti?”
Es cosa curiosa, se les responde teológicamente e igual de insaciables quedan lo cual, para mi quiere decir que las respuestas que buscan no son del ámbito de la teología, pero –entonces- de qué ámbito son? Son preguntas filosóficas las que se hacen pero no se dan cuenta y, claro, el ofrecerles la teología es como saltarse en la enseñanza de las matemáticas su fundamento.
Y no solo es que sean preguntas filosóficas que exigen respuestas a ese nivel, no; es que son preguntas que surgen desde la misma constitución de nuestra naturaleza humana. O acaso pensarán que los creyentes nos aprendemos el catecismo de memoria y que eso basta para dar una respuesta a los acontecimientos de la vida? Será que piensan que no hemos sido y seguimos siendo personas que necesitan a diario respuestas?
Preguntas como: “¿para qué estamos en este mundo?” No se resuelven con fórmulas elaboradas por otros, por más renombrados filósofos o ideólogos que sean, tampoco se resuelven con razones teológicas, mucho menos con argumentos científicos. Una respuesta de ese tipo, aún siendo creyente, solo puede ser hallada con honradez, humildad y con un amor a la verdad superior al amor a uno mismo. Tal y como han hecho, por ejemplo, los santos y muchos grandes hombres de conciencia recta a lo largo de la historia.
El caso es que muchos no creyentes no identifican el ámbito en el que formulan sus preguntas mucho menos en cuál deben buscar las respuestas y de qué manera. Esperan, sin embargo, que se las ofrezcamos como en bandeja y no se ahorran ni ironías ni sarcasmos cuando descubren que los dejan igual de insatisfechos.
Ta’ mal la cuestión así, no creen? Falta honradez, falta humildad y falta amor a la verdad pero también, falta reconocimiento de la cubeta sin fondo que somos para las cuestiones de Dios y de la muy personal e irrenunciable naturaleza humana.
Siendo así que los creyentes reconocemos la realidad no-creyente y ante nuestra incapacidad para satisfacer su sed de Infinito, en lo personal, no me ha quedado de otra al salir de mis Ejercicios Espirituales del fin de semana pasado, que procurar -cuando se aproximan con sus preguntas- hacer continuamente memoria de la frase del Señor refiriéndose a los niños (a todos nosotros, sus niños) que dice:
“Sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” Mt 18., 10
Caray! Caen en la cuenta? Sus ángeles y los nuestros son amigos y juntos ven continuamente el rostro de nuestro Padre allá en los cielos!. Desvergonzados seríamos si no actuásemos –aún en perjuicio propio- a la altura de las circunstancias.
(Jeje, confío que sea el Santo Espíritu quien me sostenga siempre a la altura de las circunstancias y que me levante siempre cuando no lo consiga!)