El padre Jafet Peytrequin ha de ser un magnífico profesor de teología ya que de una sentada me enseñó de la doctrina lo que me ha servido para -no solo- mi apostolado sino para afirmarme en la fe de forma en que jamás hubiese sospechado posible.
Menciono al padre y sus destrezas ya que en este momento está estudiando en Roma cosa que incluso para él llegó a sonar en algún momento como una probabilidad algo lejana, sin embargo, ya ven?
Sobre esta experiencia del padre Jafet me llama la atención que a él -como a mí- el Señor nos ha puesto bajo circunstancias que, a pesar de nuestro temperamento, nos exigen abrazar realidades muy diferentes a la nuestra.
Al padre lo ha expuesto el Señor a salir del rinconcito chiquito, cómodo y seguro del círculo de sus amigos laicos y sacerdotes, para enviarlo a especializarse (si no me equivoco) en el ámbito de la cultura y a mi, llevándome a conocer el Movimiento Comunión y Liberación así como a mantener contacto vía Internet con personas de diferentes culturas.
He elegido el ejemplo del padre Jafet no solo porque su experienca la encuentro semejante a la mía sino porque es el caso de todos los que elegimos incursionar en Internet para entrar en “diálogo” con la cultura de nuestro tiempo.
Entrar en esta dinámica es todavía para muchos algo semejante a que les cedieran la palabra en un foro internacional; creo que en ese aspecto es que el verdadero intercambio al que nos exponemos como creyentes consiste, antes que oportunidad para lucir nuestro ego, en provocación que nos exige poner en juego la libertad.
Sin atender la provocación y sin poner en juego la libertad no existe forma que nuestras intervenciones en la web produzcan frutos de enriquecimiento mutuo, me refiero a que, si entramos a la web (o a la vida diaria) para imponer nuestra forma de pensar, no conseguiremos nada. Y es que, fíjense bien, sin poner en juego la libertad no existe forma de caridad.
Esto es posible comprobarlo en esa caridad de calidad insuperable que podemos observar claramente en los laicos y consagrados en tierras de misión pero también se observa en la forma en que como usuarios de la web elegimos ya sea, ofrecernos generosamente a los demás o –sencillamente- aferrarnos a nuestras debilidades.
En lo que a nuestra “debilidad humana” se refiere, es oportuno admitir que ninguno de nosotros es -ni será nunca- inmune a caer a través de este medio en el juego de la soberbia y la vanidad, no obstante, bastaría estar cada vez más atentos y detenernos antes de hablar (de escribir) para dar oportunidad a la libertad de elegir lo conveniente, para que al fin la web se convierta en auténtico espacio de testimonio cristiano, para que finalmente en ella podamos apreciar -unos en los otros- el rostro radiante del Resucitado.
Sobre el padre Jafet, la última vez que estuve cerca suyo lo noté muy cambiado, no solo lucía un aspecto cosmopolita sino que la forma de ofrecerse a sus interlocutores fue muy diferente a la forma en que se ofrecía a los estudiantes de sus cursos de teología; lo encontré más ágil en la caridad y muchísimo más lúcido, lo cual ya es mucho decir.
Así como he notado cambios en el padre Jafet, quisiera que se notaran los cambios que se han efectuado en mí por haber puesto en juego mi libertad y así haber ido saliendo de a poco –con la ayuda de Dios- del juego de la soberbia y la vanidad.
Me gustaría que algún día -luego de mucho tiempo de no saber de mí- alguien se me acercase y me dijese que me nota diferente, quizá un poco más humana; y me gustaría, no por satisfacer mi vanidad, sino porque eso significaría que a través del mío alguien ha conseguido ver el rostro de Aquél por quien he puesto en juego mi vida toda.
Que lo mirasen a El, eso me bastaría.