13 de junio de 2011

¿Por qué exclamos ¡Ven! cada año como si fuera la primera vez?

Por la doctrina del sacramento del Bautismo conocemos que el Espíritu Santo es don que “vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado”; que es “primicia de nuestra herencia” así como “principio de la vida nueva en Cristo” gracias a Quien podemos dar fruto abundante. (CIC, II Parte, S. 2, Cap. 3, Art. 8)
 
“Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios” (San Cirilo de Alejandría, Commentarius in Iohannem, 11, 11: PG 74, 561). 

De tal manera se alcanza comprender lo dicho por san Pablo refiriéndose a esta indisoluble unión: “Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor”. (Romanos 14, 8)

“Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual” (San Cirilo de Alejandría, Commentarius in Iohannem, 11, 11: PG 74, 561).

Más, si en esto creemos, ¿por qué razón exclamamos “¡Ven!” como si cada año tuviéramos que pedir su regreso? Como si fuera la primera vez.

Lo hacemos porque el suyo es “Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, [que] explica por qué “el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce", mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos (Jn 14, 17)” (CIC n. 687)

Lo hacemos porque es “El Espíritu de verdad” y “no habla de sí mismo” (Jn 16, 13)” (CIC n. 687) 

Lo hacemos como moción del mismo Espíritu ya que “nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe” (CIC n. 687) Nos dispone a recibir a Cristo, el Verbo Encarnado, por quien –el Espíritu lo sabe- nuestro espíritu exclama anhelante.

Por eso es que la tan delicada, gentil y generosa tercera persona de la Trinidad “viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene…” (Rm 8, 26) (CIC n.741)

Estas son las “maravillas de Dios, ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia” (CIC n. 740)
Por esta razón es que -cada año- desde lo más hondo exclamamos “¡Veni Creator Espiritus!” como si fuera la primera vez.



¡Ven, Espíritu Divino!
Secuencia de Pentecostés:
el himno mas antiguo al Espíritu Santo 

Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

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