No he venido siendo tan prolífica como en otros períodos porque sencillamente he debido dedicar tiempo al conocimiento de mi misma y claro, ha sido tanta la resequedad que hasta he llegado a pensar que había llegado el día en que dejaría de ser blogera lo cual tampoco tenía mucho sentido ya que no recuerdo un día de mi vida en que no haya tenido la necesidad de expresarme.
Pues bien, así las cosas, hoy no diré mucho, diré algo sencillo pero no por eso menos verdadero. Lo he concluido de un post también sencillo y verdadero que publicó el padre Javier.
“Nada más enfermo que el corazón humano. ¿Quién lo entenderá?” decía Jeremías citado por el padre y ahora por mi. Nada más enfermo que nuestro corazón, pocas cosas son más ciertas y más difíciles de decir.
No he venido siendo tan prolífica como en otros períodos porque he venido teniendo el corazón enfermo, esto es cierto; tan enfermo que debí guardar reposo, todavía estoy convaleciente.
Me llevó allí la soberbia, pero en buena hora, porque como de una intoxicación ya voy de regreso. Y voy de regreso un poco contenta, la verdad, contenta porque en este período de sosiego el Señor, como un pintor, ha venido cuidadosamente pintando lo suyo en mi alma. No ha terminado aún pero ya los colores empiezan a brillar. Y no es que brillen para otra cosa más que para darme un sutil y delicado consuelo con sus cuidados. No para otra cosa. Sabe el Señor cuán enfermo está mi corazón y sabe cuánto necesita la salud.
Así es como he llegado a esa conclusión sencilla y verdadera y que se refiere a lo que cita el padre Javier de santa Teresa: “Una vez estaba yo considerando por qué razón nuestro Señor era tan amigo de esta virtud de la humildad y me vino a la mente, a mi parecer sin considerarlo, sino de presto, esto: que es que Dios es suma verdad, y la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. Quien más lo entiende agrada más a la suma verdad, porque anda en ella”
Si la humildad es andar en la verdad, la humildad es por tanto salud y la soberbia enfermedad y por ende andar en la mentira.
Ahora comprendo por qué el humilde es persona razonable y el soberbio no; por qué soy frecuentemente tan poco razonable.
Con el corazón convaleciente mejor como la santa digo: “Quiera Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento, amén” (VI M 10,8).
Sobre todo porque “de aquí nace el amor del prójimo, porque los estima y no los juzga como antes solía cuando se veía a sí con mucho fervor y a los otros no. Sólo conoce su miseria y la tiene delante de los ojos…” (Juan de la Cruz)
Sobre todo, hermanos, porque de aquí nace el amor del prójimo.