Yo no se cómo algunos desprecian (o hemos despreciado) la oración de repetición si es con frecuencia tan evidente la gracia que se recibe siempre a través suyo.
A qué me refiero? Me refiero -por ejemplo- a que el Angelus (oración que me he propuesto decir al levantarme) ha sido en corto tiempo auxilio para profundizar en los misterios de nuestra redención; en particular me refiero al asentimiento de María ante aquella realidad que como un toro se le venía en embestida, hechos ante los cuales ella –sencillamente- se puso de rodillas con los brazos abiertos para abrazarla diciendo “Hágase”; gesto que le valió ser capaz de continuar escuchando a lo largo de su vida el eco certero del “Dominus tecum”.
Es que acaso no nos piden ese gesto de María todos los sucesos en nuestra vida diaria? No es acaso que nos obligan a tirarnos de rodillas tantas veces como parecen venírsenos encima para aplastarnos?
El caso es que si, pero no lo hacemos por cabezones, vemos el toro venir y nos quedamos de pie listos para resistir su embestida por lo que no es -si no hasta cuando todo ha terminado y nos encontramos magullados y malheridos- que caemos en la cuenta de que si estamos en el suelo vencidos más valdría –ahora sí- al menos ponernos de rodillas y reclamar del cielo el “Dominus tecum” para estas tontas y frágiles criaturas.
En este sentido es de admirar el amor y la valía que le concede a la oración de repetición el Santo Padre. Sabían ustedes que cuando va en su papamóvil aprovecha para rezar el rosario con el Obispo o Cardenal que lo acompaña y su secretario? Claro, eso es, ahí está la prueba de cuál otra fuente recibe las gracias necesarias para enfrentar el día. En evidencia queda cuán clara y de qué magnitud es la certeza del Santo Padre en el “Dominus tecum”.
Es cosa rara cómo nos funciona esta cabecita nuestra. Cuántas veces no me he encontrado en situación de fracaso admitiendo avergonzada, humillada y compungida que debí haber doblado rodillas primero con un simple Padrenuestro o Avemaría?
La oración de repetición es algo de valorar, de aprender a amar y a degustar, no creo deba ser menospreciada ya que tantos santos se prendieron de ella y tantos tan poco santos como yo, no solo hemos venido tomándole el gusto, sino reconociendo admirados su riqueza y sus enseñanzas pero –sobre todo- la abundantes gracias que se reciben en ella.
Pidámosle al Señor nos permita estar un poco mas presentes en nuestro día para que -cuando tantas veces como su Santo Espíritu nos lo inspira (que son muchas)- caigamos de rodillas con los brazos abiertos diciendo “Hágase”; para que con María cada vez mejor podamos escuchar confiados al Ángel que nos dice “Ave, Maria, grátia plena. Dominus tecum”.