“Desde ayer no dejo de silbarla (refiriéndose a la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart). Todo empezó cuando me topé con unas vacas, que tranquilas iban cruzando y no se ponían de acuerdo” Priscilla Mora
Conocí a Priscilla cantando (su voz es de soprano lírica-ligera, según
me dice). Más tarde supe que había nacido en San Carlos, un cantón
lejano de la capital adonde regresó años después para hacerse cargo de
los negocios de su familia al lado de su marido y de sus hijas.
La conocí cantando y llenando el aire de alegría. Yo era una de esas
impertinentes que cuando terminaba de cantar le pedía: “Otra, otra,
otra” y no importaba si estuviéramos trabajando o sencillamente en
nuestra hora del almuerzo ya que ella, sin ningún motivo, muchas veces
se ponía a cantar.
Pues hoy me traje a Priscilla al blog porque tan estimada amiga hizo sin saberlo algo espectacular por mí.
Cielos, cuánto tenía yo de no reparar en la relación existente entre
las vacas y Mozart? O entre el culantro de nuestros bancales y las
pinceladas de Van Gogh? Chorros, chorreros de meses! Pero qué fue lo que
me pasó?
Todavía recuerdo que cada despertar y cada cosa que se me aparecía
delante me refería a algo extraordinario o maravilloso y ahora no, ahora
estoy “como las vacas”.
Ustedes saben? Es un dicho de mi tierra. El “estar como las vacas”
significa andar distraído, ido de sí mismo, rumiando plácidamente a la
vez que andando pero sin tener claro (y sin que en realidad importe
mucho) hacia donde me dirijo, por qué ni para qué. Eso mismo, estoy
hecha una vaca.
Pues eso, que a pesar de “estar como las vacas”, tan a gusto en esta
rumiadera se me han pasado los meses y no se –además- cuantas cosas
maravillosas a las que no alcancé a prestar atención.
En fin, que así se nos va la vida a la mayoría cuando andamos
distraídos mirándonos el ombligo o rumiando los tantos sin sabores que
da la vida o inciertos sobre el futuro tal como si no existiera Dios.
Priscilla me trajo hoy a la memoria a mi misma. Fue grandioso y fue oportuno –además- ya que tuve la mañana más surrealista de mi vida a la cual no hubiera sobrevivido sino hubiera estado presente en mí (y Tú en mi, Señor)
Priscilla me trajo hoy a la memoria a mi misma. Fue grandioso y fue oportuno –además- ya que tuve la mañana más surrealista de mi vida a la cual no hubiera sobrevivido sino hubiera estado presente en mí (y Tú en mi, Señor)
Dijo
Priscilla que al pobre Mozart la composición de la Pequeña Serenata
Nocturna le quitó el sueño. Yo le comenté (sabiendo cómo a veces puede
estar la cosa) que ha de haber sido porque “por andar como las vacas” no
conseguía poner a su ato de acuerdo. Eso de seguro fue. ¡Pobre Mozart
trasnochado!