Presento a continuación la Introducción al documento que Monseñor Pierre Nguyen van Tot, ha titulado “Sobre el recto desempeño del servicio pastoral” con el cual ofrece su colaboración en materia litúrgica a los Obispos costarricenses.
Monseñor Nguyen van Tot es el Nuncio Apostólico de Su Santidad Benedicto XVI para Costa Rica.
Monseñor Nguyen van Tot es el Nuncio Apostólico de Su Santidad Benedicto XVI para Costa Rica.
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A modo de introducción
Al contemplar hoy cómo Jesucristo es presentado en el templo y es proclamado por el Espíritu: Gloria de Israel y luz de las naciones,1 he dado gracias al Señor por todas las iniciativas con las que los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica, buscan que el Reino de Dios se establezca cada vez más en este pueblo. Pues, a lo largo del tiempo que el Señor me ha concedido vivir la fe al lado de ustedes, los costarricenses, he sido testigo de las infinitas gracias con las que Dios sostiene el peregrinar de la Iglesia en estas tierras.
Seguro -entonces- del sincero deseo que mueve a cada uno de los Obispos de las diócesis de Costa Rica, y como expresión del afecto colegial que nos une en virtud de nuestra participación en el ministerio episcopal,2 deseo ofrecerles mi fraterna colaboración en el recto desempeño de su servicio pastoral. Pues soy consciente al mismo tiempo de cómo mi condición de extranjero y la diversidad cultural de la que soy representante, me dan la posibilidad de notar algunos elementos que probablemente son menos evidentes para quienes se han desarrollado o tienen mucho tiempo de estar integrados en la sociedad costarricense.
En efecto, el fenómeno globalizado de secularización que envuelve al mundo tiene sus efectos también en este país centroamericano. Como muchos otros lugares, Costa Rica es víctima de corrientes materialistas y hasta paganizantes, que han provocado actitudes relativistas, en virtud de las cuales no siempre se da su justo valor a algunos detalles importantes con los que se construyen las grandes diferencias.3
Muy diferente es la visión que se nos ofrece en documentos como la Carta Apostólica “Vicesimus Quintus annus”, del amado y recordado beato Juan Pablo II, quien presenta a la liturgia como epifanía de la Iglesia;4 es decir, como lugar donde el Misterio debe resplandecer para alabanza de Dios e instrucción de los fieles, tal y como lo enseñan también los documentos del mismo Concilio Ecuménico Vaticano II.5 Textos que, entre muchos otros, nos hacen entender que los sagrados ritos de la liturgia son espacios donde cada católico -sacerdote o laico- debe aprender a ser creyente. Razón por la cual las acciones litúrgicas, y especialmente la Santísima Eucaristía, debe brillar por la recta expresión eclesial: la forma de hacer cada uno de los gestos debe expresar claramente la fe que se vive y que se desea transmitir. No basta -entonces- con creer, es igualmente importante expresar esa fe de forma diáfana y eclesial; para lo cual se deben cuidar los detalles más pequeños que, aunque muchas veces escapan al mundo de lo racional, resultan esenciales en un proceso de comunicación.
Algunos de esos importantes elementos de expresión y comunicación son los que ahora quiero compartir con Su Excelencia y con todos los demás Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica. Pues todos nosotros compartimos el deseo de ser cada vez más claros en la manifestación y transmisión de esa fe que da sentido a toda nuestra existencia; justamente porque nos abre la posibilidad de participar en un proyecto de salvación, cuyas consecuencias fundamentales no se reducen al campo de lo social sino que se ubican en el ámbito de la trascendencia.
Las inquietudes que ahora comparto nacen de lo que he podido ver en los distintos lugares que, tanto dentro como fuera del Gran Área Metropolitana, he visitado desde que empecé este servicio entre ustedes. Tiempo en el que he podido contemplar un gran amor por la persona del Santo Padre y por todo lo concerniente a la fe y a la Iglesia; amor que merece ser cuidado y enaltecido, justamente en virtud de su grandeza.
Seguro -entonces- del sincero deseo que mueve a cada uno de los Obispos de las diócesis de Costa Rica, y como expresión del afecto colegial que nos une en virtud de nuestra participación en el ministerio episcopal,2 deseo ofrecerles mi fraterna colaboración en el recto desempeño de su servicio pastoral. Pues soy consciente al mismo tiempo de cómo mi condición de extranjero y la diversidad cultural de la que soy representante, me dan la posibilidad de notar algunos elementos que probablemente son menos evidentes para quienes se han desarrollado o tienen mucho tiempo de estar integrados en la sociedad costarricense.
En efecto, el fenómeno globalizado de secularización que envuelve al mundo tiene sus efectos también en este país centroamericano. Como muchos otros lugares, Costa Rica es víctima de corrientes materialistas y hasta paganizantes, que han provocado actitudes relativistas, en virtud de las cuales no siempre se da su justo valor a algunos detalles importantes con los que se construyen las grandes diferencias.3
Muy diferente es la visión que se nos ofrece en documentos como la Carta Apostólica “Vicesimus Quintus annus”, del amado y recordado beato Juan Pablo II, quien presenta a la liturgia como epifanía de la Iglesia;4 es decir, como lugar donde el Misterio debe resplandecer para alabanza de Dios e instrucción de los fieles, tal y como lo enseñan también los documentos del mismo Concilio Ecuménico Vaticano II.5 Textos que, entre muchos otros, nos hacen entender que los sagrados ritos de la liturgia son espacios donde cada católico -sacerdote o laico- debe aprender a ser creyente. Razón por la cual las acciones litúrgicas, y especialmente la Santísima Eucaristía, debe brillar por la recta expresión eclesial: la forma de hacer cada uno de los gestos debe expresar claramente la fe que se vive y que se desea transmitir. No basta -entonces- con creer, es igualmente importante expresar esa fe de forma diáfana y eclesial; para lo cual se deben cuidar los detalles más pequeños que, aunque muchas veces escapan al mundo de lo racional, resultan esenciales en un proceso de comunicación.
Algunos de esos importantes elementos de expresión y comunicación son los que ahora quiero compartir con Su Excelencia y con todos los demás Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica. Pues todos nosotros compartimos el deseo de ser cada vez más claros en la manifestación y transmisión de esa fe que da sentido a toda nuestra existencia; justamente porque nos abre la posibilidad de participar en un proyecto de salvación, cuyas consecuencias fundamentales no se reducen al campo de lo social sino que se ubican en el ámbito de la trascendencia.
Las inquietudes que ahora comparto nacen de lo que he podido ver en los distintos lugares que, tanto dentro como fuera del Gran Área Metropolitana, he visitado desde que empecé este servicio entre ustedes. Tiempo en el que he podido contemplar un gran amor por la persona del Santo Padre y por todo lo concerniente a la fe y a la Iglesia; amor que merece ser cuidado y enaltecido, justamente en virtud de su grandeza.
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1 Cf. Prefacio El misterio de la Presentación del Señor.
2 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”, n° 23.
3 Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; ya que has sido fiel en lo poco, voy a ponerte al frente de mucho. Entra en el gozo de tu señor (Mt 25, 21).
4 JUAN PABLO II, Carta Apostólica “Vicesimus Quintus annus” en el XXV aniversario de la Constitución sobre la sagrada liturgia, n° 9.
5 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, n° 7. 11. 33.
2 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”, n° 23.
3 Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; ya que has sido fiel en lo poco, voy a ponerte al frente de mucho. Entra en el gozo de tu señor (Mt 25, 21).
4 JUAN PABLO II, Carta Apostólica “Vicesimus Quintus annus” en el XXV aniversario de la Constitución sobre la sagrada liturgia, n° 9.
5 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, n° 7. 11. 33.