22 de febrero de 2012

Probablemente, tenga razón el Nuncio, respecto a la Hora Santa y lo demás

No creo que ningún sacerdote no desee llegar a ser santo; es decir, el solo planteárselo, es absurdo. Los sacerdotes, incluso, por sobre los no consagrados, son seres apasionados por la santidad o que tendrían que serlo. Digo yo.

Aunque, es cierto, como en todo, algunos yerran el camino pero no es la regla que los sacerdotes se extravíen.

Sin embargo, le decía a una amiga recientemente que, en el poco más de medio siglo de edad que tengo, nunca –hasta que conocí al sacerdote funcionario del Vaticano- había conocido ese tipo de sacerdote. Lo cual no se si es bueno o malo, mejor dejémoslo como que el mencionado cura, sencillamente, es solo un tipo de sacerdote y que pueden y –de hecho existen- muchos otros tipos de sacerdotes.

El caso es que éste me impactó. Pasé únicamente el día domingo con la familia amiga suya que lo acogió en su casa y junto a quienes comí, reí, recé, conversé pero al sacerdote, además, lo observé celebrar misa, rezar todas las Horas, vestir pudorosamente aún cuando estábamos en la playa. Lo escuché hablar desde lo más trivial hasta sobre los más serios asuntos trabajo, todo dentro de un marco de alegría, respeto y esperanza del que nunca antes había tenido experiencia.

Esas pocas horas bastaron para darme cuenta que existe este tipo de sacerdote y, que si no lo hubiese conocido, a estas alturas no sabría cómo es un sacerdote del tipo que me impacto ya que me remitió a algo fuera de este mundo o –al menos- a algo fuera del ámbito de mi experiencia, para no ser tan exagerados.

Ayer, leyendo un artículo en que narraba el itinerario de un día ordinario de S.S., reconocí que el sacerdote del Vaticano tiene un ritmo de vida semejante, sobre todo en la vivencia de la oración, los sacramentos –misa diaria incluida, obviamente-, ejercicio, trabajo intelectual, familiar, pastoral y social, etc.

Mons. Cottier, señaló en Avvenire, que el Santo Padre es “columna que sostiene hoy la Iglesia” lo que me hizo pensar en qué es lo que sostiene a, por ejemplo, mi parroquia. Pues bien, la sostiene un sacerdote. ¿La sostiene? ¿Cómo o en qué la sostiene? No la sostiene en la misa diaria porque no tenemos misa diaria, por ejemplo; y, así por estilo, para no ir más hondo.

Eso es a lo que voy. Es de sentido común que todos y cada uno de los sacerdotes son seres apasionados por la santidad, es claro que existen muchos tipos de sacerdotes, ha quedado en evidencia que el sacerdote que es Benedicto XVI y el sacerdote amigo funcionario del Vaticano son más o menos del mismo tipo ya que se sostienen en la oración y la vida sacramental, es decir, en Cristo. Y queda claro, también, que –por lo mismo- la Iglesia se sostiene.

Se sostiene, para ser más precisos, por un solo sacerdote que ha dicho “si” a Cristo cuando lo llamó a dirigir la barca de Pedro. Uno solo, cuya pasión por la santidad, no puede ser más evidente.

Y, así –con lo evidente que es- no para todos el es opción de sostén, lo cual hace que me pregunte: ¿Qué tal sería la Iglesia y nuestro mundo si este tipo de sacerdote fuera lo habitual? Cómo serían las diócesis y las parroquias? Cómo sería mi vida?

No lo se. Intuyo que podría ser algo mejor porque podría, para empezar, asistir a misa diaria como antes; pero lo que tengo, aunque es poco, es algo que he de aceptar tanto como agradecer. Es un hecho, no dispongo de misa diaria cerca de mi casa y tampoco no todos conservamos nuestra pasión por la santidad.

Monseñor, el Nuncio para Costa Rica, decía que quizá el que algunos sacerdotes encargan la Hora Santa a los ministros extraordinarios es la razón por la cual los fieles no han llegado a comprender el significado e implicaciones de una vida de oración. Probablemente, tenga razón el Nuncio, respecto a la Hora Santa y lo demás.

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